El fotoperiodista Javier Aparejo en el programa ‘Bona Nit Entrevistes’ de la TEF.

El fotoperiodista Javier Aparejo, vecino de Formentera, repasa con Toni Ruiz en ‘Bona Nit Entrevistes’ de la TEF aspectos de su vida. Su espíritu inquieto le ha llevado a vivir en diferentes zonas del mundo.

Mucha gente de Formentera le conocerá por su faceta empresarial, pero con usted vamos a hablar de fotografía. Por cierto, usted llegó a la isla cuando era muy pequeño.
—Llegué con cuatro años. Me trajeron mis padres de Extremadura porque un tío mío ya estaba en la isla donde montó un supermercado en Es Pujols. Mi otro tío montó después un restaurante y mi padre vino a hacer la temporada y me vine con ellos.

Formaban parte de los emprendedores de Formentera en los años 70.
—Totalmente. Yo creo que mi padre fue muy valiente porque estaba cuidando cabras y decidió venir de Extremadura, aunque tenía el apoyo de los hermanos. De inmediato, vio que en Formentera había posibilidades

Su familia ha tocado diferentes sectores y ahora usted se dedica al submarinismo con su centro Formentera Divers.
—Es un proyecto apasionante. Mi ilusión siempre ha sido vivir de lo que me gusta y me he podido desvincular un poco de lo que es el negocio familiar. Tras probar un día, quedé prendado del submarinismo y vi que es lo que me gusta. Además, vivir en una isla y no hacer nada acuático era curioso. Tenemos la gran suerte de poder bucear en aguas de Formentera. Siempre digo que es como una piscina gigante con peces y la gente se queda maravillada. Es de lo más exótico que puede haber en España, a excepción de las Canarias y de otros sitios puntuales. Es bellísimo.

Y otra gran pasión ha sido la fotografía y, más en concreto, el fotoperiodismo.
—Cuando estudié fotografía, primero estudié fotografía general durante unos años. Aprendíamos a montar la cámara porque todo era analógico, a revelar en color y en blanco y negro, y después me especialicé durante dos años en fotoperiodismo, en fotografía documental, y ahí empecé a ver que esa era la parte en la que más a gusto me sentía. Al final, de lo que se trata es de contar historias y esa parte me encantaba.

—Además, flirteó con la arquitectura o la moda.
—Fue algo muy ocasional. Trabajaba con un gran fotógrafo que está en Barcelona, Jordi Sarrà, que fue mentor mío. Tuve la gran suerte de poder ver cómo se trabajaba en un plano profesional. Él hacía fotografías para Vogue o El País y para grandes artistas de Barcelona como Tapias. Aquello me cautivó mucho, pero nunca pensé que sería mi campo de trabajo y nunca lo vi así. Pensé que había que saber mucho y dominar mucho las técnicas. Al final, es fotografía, pero no tiene tanto dinamismo estar en un estudio que salir a la calle con la cámara y ver qué pasa.

—Con su obsesión de explicar historias, se marchó a México.
—Fue justo en el alzamiento zapatista. A todo el mundo le sonará el nombre del subcomandante Marcos y llegué allí en 1993 o 1994. No era una guerra con un frente como las actuales, sino más bien de guerrillas, muy psicológica al presionar a los indígenas. Para mí fue toda una experiencia y una aventura, más para un primer destino. Yo me fui como ‘freelance’ y recuerdo a mi madre despidiéndose en el puerto llorando y despidiéndose de mí porque no sabía si iba a volver. Fue una gran aventura cuando tenía 24 años. Fue todo un reto y elegí México principalmente por el idioma, porque necesitaba un sitio en el que poder adaptarme fácilmente y después ya me quedé dos años. Posteriormente, me marché a Guatemala; fui conociendo gente, y es un mundo que te va llevando de una cosa a otra.

—¿Qué tal es el subcomandante Marcos?
—Es un tipo genial y, aunque ya no esté tan presente, era una persona muy inteligente, muy rápido mentalmente; no es indígena y no tiene un rango mayor por ello. Se mantiene en ese segundo plano, pero es un tipo con unas condiciones muy potentes y es muy simpático, con un gran sentido del humor. Al principio, te impacta porque estás hablando con un hombre con un pasamontañas.

—¿Por qué luchan los zapatistas?
—Su lema es ‘Tierra y libertad’. En México, gobernaban entonces los del Partido Revolucionario Institucional, lo cual es una contradicción, aunque llevaban 73 años gobernando. Al final, los indígenas explotan por una cuestión de sometimiento. Son los grandes marginados del país, les someten, les quitan las tierras y tenían muchas faltas. Aquello fue gestionando un caldo de cultivo hasta que llegó una persona y les puso en orden y comenzó el movimiento zapatista, con enfrentamientos y fallecidos. Hay que recordar que en aquella época el ejército del país era de los más potentes del mundo.

—-¿Cómo están ahora?
—Leo algo en prensa. El obispo de San Cristóbal de las Casas fue quien intermedió entre unos y otros y se lograron cosas, pero siempre queda ahí el sometimiento, aunque sea de una forma distinta. La presión sigue.

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—Después de México, se trasladó a Guatemala.
—Estuve también viajando por el norte de México, por unas minas de oro, y de ahí fui a Guatemala. La ciudad es peligrosísima y la estuve visitando muy en contacto con el mundo de los chamanes que hacían rituales. Estuve por varios sitios. Allí las mujeres se levantan a las tres de la mañana para preparar el desayuno y deben caminar dos o tres horas para buscar la leña. Recuerdo ir con ellas. Yo con mis fantásticas botas y ellas descalzas y no era capaz de seguirles el paso. Después de Guatemala, tuve que volver a Formentera porque mi padre enfermó. Allí me dediqué al negocio familiar y, cuando mi padre falleció, mi vida dio un cambio. Me di cuenta de que no quería seguir en el negocio y me instalé por mi cuenta. Todo con mucha fuerza, pero con más inconvenientes.

—Quienes trabajan con métodos analógicos, siempre tienen un punto de romanticismo y defienden ese sistema.
—Pero yo no. En el estudio todo lo tienes muy cerca y está bien, pero cuando trabajas en la calle, necesitas ver las fotografías rápido. Además, recuerdo viajar a México con 300 carretes en la maleta, cuando sólo podías pasar 11. Era un reto. En relación a esa parte, agradezco mucho la tecnología y la parte digital, aunque siempre que puedo voy a visitar talleres o exposiciones de románticos que siguen trabajando en analógico.

—Hace dos años se fue a la frontera con Ucrania, ¿qué recuerda de los inicios de aquel conflicto?
—El recuerdo es que primero nos estaban contando una historia que, cuando te encuentras en Formentera, es difícil imaginar. Un conflicto a tres horas de vuelo. Tenía que verlo y tener información de primera mano. Busqué a una persona que me acompañara por el idioma y que conociera todo el país. Además, los primeros momentos de la guerra fueron brutales y no dábamos crédito a lo que estaba pasando. Recuerdo llegar a Rumanía y en tres horas estaba en la frontera con Ucrania. Fue muy impactante y no lo había vivido así nunca.

—Además hablamos de un país moderno, actual. En aquel momento, usted decía que parecía mentira lo que estaba sucediendo.
—Y llevamos más de dos años y creo que va para largo porque no se ve un final ni una voluntad de diálogo. Además, con la guerra en Israel, la de Ucrania se aparta. La guerra sigue, aunque no queramos mirar para ese lugar. No veo un final fácil porque veo un afán enorme de imposición por parte de Rusia, de colonización. Creo que Putin tiene afán de conquista. Tiene que demostrar que él puede, no se va a dejar doblegar y no le han temblado las piernas en ningún momento. Podemos esperar cualquier cosa de una persona así.

—¿Qué sentimiento tenían los refugiados cuando usted fue?
—Me gustaría saber qué ha sido de esa gente. Era un sentimiento de mucha tristeza. Recuerdo hablar con una señora que tenía un perro pequeño y me contaba que había vivido el final de la II Guerra Mundial y que se tuvo que ir de su casa, también de Crimea y de Mariúpol. Ella pedía que le dijéramos dónde tenía que ir. Además, no había hombres, sólo mujeres con niños u hombres muy mayores. Había una mujer que llevaba dos semanas llamando a su marido y éste no le contestaba.

—Más recientemente, también ha estado trabajando en África.
—Es un proyecto precioso. Unos amigos montaron la ONG ‘Ears for the World’, Oídos por el mundo, y son audiólogos protésicos. Habían visitado Ghana acompañando a un oftalmólogo y, al llegar, descubrieron que había mucha sordera y que no había soluciones. Comenzaron a realizar visitas por su cuenta para entregar audífonos, sobre todo a los niños porque era un material al que las familias de allí no podían acceder. Después, montaron esta ONG, que es muy familiar, aunque tiene muy buenos contactos. Así, todos los audífonos que la gente descarta o aquellos que han quedado descatalogados, los van llevando a Ghana. Comenzaron a organizar con las monjas las visitas y, cuando yo voy allí, me he encontrado a gente que llevaba cinco días andando y que va a buscar audífonos, porque tampoco hay para todos. Es curioso, a los niños varones allí les cuidan más porque pueden trabajar en las casas, pero a las niñas no y no pueden acceder a la escuela. Si no oyen, no van a casarse nunca y son repudiadas en la familia e incluso las llegan a abandonar porque creen que están endemoniadas. Es un proyecto precioso porque ayuda a estas personas.

—¡Cómo les cambiará la vida cuando escuchan por primera vez un sonido!
—Puedo contar anécdotas preciosas. Los niños se asustan cuando oyen por primera vez a su madre. Al principio, les molesta el audífono, pero rápidamente se acostumbran y esa es la fotografía que yo busco. Luego hay casos impactantes. Un señor que llevaba cinco días esperando en una silla y no hablaba y no oía. Nos comunicábamos en inglés por escrito y tengo su papel enmarcado en casa. Fue una gran satisfacción cuando parecía que no iba a oír y, de repente, escuchó y levantó la mano. Contó que su mujer era sorda y su hija, también. Este año, cuando vayamos, la idea es ayudarlas. Le pregunté si estaba contento y me hizo un gesto que no sabíamos interpretar. Después, supimos que en el lenguaje de los signos significaba ‘os quiero’. Fue un momento increíble.

—¿Por qué hay tanta sordera concentrada en esta zona?
—Por muchísimas infecciones mal curadas y luego hay casos de aplastamientos de tímpano por las cargas que llevan las mujeres en la cabeza. Muchos llegan y no se les puede atender porque sufren una infección de caballo. Otros, como le sucedió a una niña, nunca podrán oír, aunque con un implante se podría solucionar su problema, pero ya se está hablando de una intervención con un gran coste. Esta ONG está formada por siete familiares y a mí me ‘adoptaron’ el año pasado. Al final, terminé ayudando a cambiar pilas o a limpiar. Pusieron 54 audífonos, valorados cada uno en 1.500 euros.

—Es curioso que los gobiernos africanos no siempre reciban positivamente la ayuda exterior.
—La gran suerte que tenemos es que Óscar es muy paciente y él va a la embajada con tiempo y no tiene nada que ver cuando tratas con la parte institucional a cuando tratas con la gente después de llegar al país. Allí son adorables y tienen unas ganas brutales de recibir ayuda. Ghana es uno de los países africanos más desarrollados puesto que tiene mucha minería y petróleo. Cuando sales del aeropuerto, ves unos edificios y hoteles impresionantes y, cuando llegas a los suburbios, ya estás en la parte pobre de la ciudad. Es verdad que ellos tienen muchas reticencias con las personas que vienen de fuera porque siguen explotados en muchas cosas y no olvidemos que son países fáciles de corromper hasta cierto punto porque les están ofreciendo cosas a cambio de dejar explotar sus riquezas. Hay minas que son explotadas y, para tener contento al pueblo, se deja a los chicos que hagan un túnel paralelo, bajen y saquen oro, también con la condición de que el oro que sacan, deben dárselo a los de la otra mina. Es un sitio muy especial.

—Usted está preparando un libro sobre todo esto.
—Sí, queremos sacarlo el año que viene. Haremos también una exposición, primero en Formentera y ya veremos si nos dejan hacerla en algún sitio más porque es una historia muy bonita. Está muy cerrado el tema y me gustaría mucho que se pudiera difundir al máximo nivel. La idea es hacer un libro de fotografías en el que se explique cada caso y la intención de la ONG.

—Sobre Formentera, recuerdo un trabajo suyo fotografiando la isla y la pandemia.
—Tenía que buscar una excusa para salir a la calle. Encerrarnos en una isla era algo que me sobrecogía mucho. Pensé que era algo que no se iba a repetir y necesitaba documentarlo. Además, se lo pasé a la base del Consell y se lo dejé porque a lo largo de la historia puede ser un recuerdo particular de algo que, esperemos, no se vuelva a repetir. El confinamiento fue igual para todos, pero no es lo mismo vivirlo en Ibiza o Formentera que en Madrid. También la gran suerte de vivir en Formentera es que en invierno sales con el coche y no te cruzas con nadie. Es un caso