Pere Vilàs antes de la grabación del Bona Nit Entrevistes de la TEF. | Moisés Copa

Los corsarios o el mar siempre han formado parte de sus trabajos literarios. Pere Vilàs cree que el hecho de haber nacido muy cerca del puerto de Ibiza puede ser la causa de esta atracción hacia todo lo relacionado con el mundo marítimo. En Bona Nit Entrevistes de Toni Ruiz, en la TEF, habla de ello y de su último libro dedicado al corsarismo en los siglos XVIII y XIX.

—Acaba de presentar un nuevo libro, ‘Los corsarios ibicencos de los siglos XVIII y XIX’, aunque no es un trabajo tan nuevo.
— El libro es nuevo, pero la historia que relata no es exactamente una novedad porque es la versión en castellano de dos libros que publiqué hace años en lengua catalana. El primero fue, si no recuerdo mal, en 1996 y el segundo en el 2003 y ahora me he animado a hacer una versión en castellano para dar difusión al tema de los corsarios ibicencos y del trabajo que realizaron. Creo que, de este tema, se ha hablado poco e históricamente no se le da la importancia que sí reciben otros movimientos sociales y otras formas de vivir. Los corsarios ibicencos, entiendo, fueron claves para el desarrollo de Ibiza y Formentera durante estos dos siglos, especialmente en el XVIII.

— Existe cierta leyenda o mito sobre el mundo de los corsarios, aunque son unos grandes desconocidos. ¿Qué era ser corsario y para qué los necesitábamos?
— Es una muy buena pregunta porque la gente, hasta que no se adentra en este tema, confunde a los corsarios con los piratas, también debido a algunas películas que se han hecho. Eran unas personas particulares que ponían sus barcos al servicio de las autoridades y de la Corona y recibían por ello una patente de corso. Hay que pensar que no pasaba como ahora, que hay multitud de sistemas para enviar un mensaje de un lado a otro en cuestión de segundos. Si debían esperar a que llegara la patente real, igual cuando podían salir el peligro ya había pasado. Esta potestad para armar las naves la tenían los gobernadores, representantes de la Corona en Ibiza y Formentera. Cuando se tenían noticias sobre embarcaciones sospechosas vistas desde algunas torres o desde otro punto, se daba inmediatamente el aviso. Los barcos se armaban y salían y se les daba un espacio geográfico en el que sólo podían navegar algunos días concretos. Con estas órdenes y en esta patente de corso constaba también a quién debían atacar o frenar si era un barco mercante que transportaba alguna mercancía que pudiera favorecer al enemigo de turno como los ingleses y franceses en algunos momentos de la historia. Los habitantes del norte de África lo eran siempre. He mirado diccionarios y la definición de pirata es completamente diferente a la de corsario. No tiene nada que ver. Los primeros eran una cuestión más del Caribe y de estos lugares donde podían esconderse. Los corsarios eran personajes que navegaban por orden real y absolutamente controlados por la Corona.

— Probablemente el corsario más conocido fue Francis Drake, ‘Paco Drac’ que le llamaban aquí y con fama de personaje despiadado.
— Bajo el punto de vista de los españoles, Drake era un pirata. Bajo el punto de vista inglés, era un corsario y tenía autorización del Rey de Inglaterra y de las autoridades del país para hacer aquello que hacía en contra de los asentamientos españoles en el Caribe. Nosotros también éramos piratas para los del norte de África. Recuerdo ahora la toma de la ciudad de Orán, lugar al que acudió toda una flota y, en ella, cuatro barcos ibicencos y todo ellos eran piratas para quienes los recibían.

— Los corsarios ibicencos, entonces, no atacaban todo aquello que se movía en el mar, sino que realizaban ataques selectivos y preventivos.
— Tampoco debía ser muy fácil porque aquel que recibía los venía venir y lo que hacía era cambiar la bandera y usar la de otro país. Quienes navegaban con los corsarios debían darse cuenta de la maniobra. Si era un barco de guerra, debía defenderse a cañonazos si era necesario para que no les pudieran decir que no habían hecho nada. Por parte de los atacantes, también debían demostrar que iban a por todas, aunque procuraban no estropear demasiado el barco del enemigo porque, frecuentemente, lo más valioso con lo que podía hacerse el corsario era el barco.

— A día de hoy podríamos decir que los corsarios eran empresarios en toda regla.
— Y cobraban por aquello que hacían. Todo lo que podían de las mercancías o de los barcos de guerra, lo cogían. También, si eran tripulantes del norte de África, éstos eran entregados a la Corona a cambio de dinero porque los tasaban. Estos tripulantes iban a remar después a las galeras reales. Se vendía todo lo que iba a bordo y se debía dejar una quinta parte, un 20%, a la Corona, aunque ésta no hubiera intervenido para nada y el resto se repartía después entre la tripulación y los propietarios del barco que debían recibir una parte. Según la categoría, se repartía por partes.

— Entre los prisioneros, según relata en su libro, había mucho racismo.
— Debe entenderse en un momento en que cuando se cogía un barco francés o británico, los ocupantes eran súbditos de monarquías europeas y cristianas. Entre comillas, podríamos decir que "eran de los nuestros". Se les quitaba todo: el equipaje, la comida, y debían cuidar de la tripulación y todo valía dinero. Cuando pasaba cerca una tripulación neutral, aprovechaban para embarcar a estas personas y devolverlas a su casa. Podía ser, además, que el día de mañana el tema fuera al contrario y, si se les había maltratado, a saber qué podría pasar. Sin embargo, esto no sucedía con los habitantes del norte de África que estaban promovidos por el Imperio Otomano. En algunos ataques, éstos saltaban a tierra y robaban ganado, raptaban a hombres y mujeres y se los llevaban para esclavizarlos o cambiarlos a cambio de un rescate. Esto también funcionaba al contrario y, si alguien de allí pagaba por alguna persona, la liberaban también. Está el caso curioso de unos frailes que vivían en el norte de África y que facilitaban estos intercambios de prisioneros a cambio de dinero.

Noticias relacionadas

— Los barcos de Ibiza tenían buena fama en cuanto a la construcción.
— Y tanto. Basta mirar todas las montañas de la isla, llenas de pinos, aunque no tanto como en el siglo XVIII. Era buena madera para hacer barcos. Realmente en Ibiza hubo una construcción naval realmente importante, muy buenos ‘mestres d’aixa’ que también son necesarios. En Formentera, por otra parte, sucedía algo curioso porque es una isla muy plana a merced del viento, lo que provocaba que los árboles crecieran doblados hasta adoptar formas imposibles. La madera servía para hacer piezas curvas de un bloque y allí se encontraba lo que los fabricantes necesitaban ya que la naturaleza se había encargado de darle forma.

— En Formentera no había corsarios.
— No, porque la población fue más tardía y con gente procedente de Ibiza y hasta finales del siglo XVIII no pudieron instalarse allí. Cuando ya estaba repoblada Formentera, si había algún peligro de desembarcos no convenientes, eran los ibicencos quienes iban allí. Encendían fuegos desde Formentera, los de aquí los veían y existía una especie de reglamento oral para defender la isla desde Ibiza. Tengamos en cuenta que Formentera fue repoblada en el último tercio del siglo XVIII y que el corsarismo duró hasta 1830, cuando los franceses desembarcaron en Argelia. Las monarquías europeas hacía tiempo que lo habían dejado ir y sólo quedaba el tema del norte de África.

— Igualmente, es algo que duró mucho tiempo porque usted se centra en dos siglos en su libro, pero antes ya había habido corsarios.
— Sí y existen multitud de referencias y trabajos de Toni Ferrer Abárzuza, por ejemplo, que es medievalista, y de otros que hablan ya de este asunto. También hay noticias de corsarios incluso en la Ibiza árabe, aunque no eran exactamente lo mismo.

— Pero una cosa eran los propietarios de las embarcaciones y otra cosa era la marinería. ¿Qué perfil solía tener?
— Debemos tener siempre en cuenta que estamos en Ibiza y que aquí se vivía de la pesca y la agricultura. Esto lo explica muy bien el primer obispo Manuel Abad y Lasierra en un trabajo sobre su estancia en la isla y relata en unos informes el estado de la población, aunque he leído en algún lado que a mitad del siglo XVIII se calcula que debían ser unos 12.000 personas las que vivían aquí. Imagino a los marineros todo el día paseando por los astilleros a ver si alguien les contrataba y estos eran los que iban después embarcados en estas expediciones de guerra. Toda la vida, además, el payés ibicenco también ha sido pescador, sobre todo si tenía las fincas cerca de las costas.

— Usted ha estado vinculado toda la vida a recopilar historias del mar porque, inevitablemente, la historia de las Pitiusas está ligada a él.
— Sí, lo del mar siempre me ha llamado. Igual es porque nací en un piso de la Calle de las Farmacias y tenía cerca el mar. No sé por qué siempre me ha llamado y, a excepción de un libro, el resto está relacionado con el mar, incluso una novela basada en hechos reales.

— Si se piensa en los primeros pobladores de las Pitiusas, todos los indicios apuntan a que llegaron vía marítima, lo cual antes no debía ser nada fácil.
— Yo, desde la Península, sí he visto la isla de Ibiza. No pasa siempre, pero sí en días muy claros. Aquellos que debían vivir por el Levante, debían verlo también y a saber cómo llegaron los primeros.

— ¿Cómo ve el gran cambio del mar que se ha producido en los últimos años?
— Hay otros piratas hoy en día y hay más de los que nunca había habido. La tecnología y los capitales provocan que estemos en una isla turística y que se venga aquí y ello causa que nuestras autoridades actuales se rompan la cabeza para ver cómo debe frenarse esta invasión, bien recibida por otro lado, porque también nos ha traído un nivel de vida que debe apreciarse y no podemos tirarlo todo por la ventana. Sí debemos intentar sacar lo mejor de las dos cosas: vivir del turismo, pero bien.

— Cómo están encajando todavía la situación del Club Náutico.
— Yo hablo por mí porque dejé hace años la directiva. Soy parte de una cadena de cinco generaciones de socios del Club. Mi abuelo, a quien no conocí, ya fue de la directiva fundacional junto al Capitán Costa que fue quien movió la constitución de la entidad. Mi padre también fue socio toda la vida. Mi hija es socia y hasta mi nieto, que regatea siempre. Habrá otras familias que podrán decir lo mismo, aunque no demasiadas. Estoy vinculado porque, cuando era pequeño, mi padre iba allí sobre todo los domingos por la tarde y yo iba con él. Mi padre tenía una fábrica de jabón un poco más arriba del Club y siempre íbamos por allí. Lo llevo en la sangre lo del Club, igual demasiado. Todo lo que ha pasado me sabe muy mal y espero que en la próxima licitación, dentro de un máximo de tres años, las cosas vayan de otra forma y en las ofertas se dé más importancia a la náutica social que a la pura inversión económica, que también es necesaria porque las instalaciones deben mantenerse. Hay algo que me da cierta esperanza que es que el próximo año estará en las mismas condiciones que nosotros el Real Club Náutico de Palma y no veo que a ellos les pueda pasar lo mismo que a nosotros.