La década de los 70 fue el momento de mayor auge de Ca n'Anneta.

«El bar lo abrimos mi marido, Bartolomé Noguera Torres, y yo en 1942, cuando nos casamos. Antes fue una tienda de ultramarinos de mis suegros y, antes, del padre de mi suegro. El establecimiento no ha cambiado demasiado, era tan grande como ahora», de este modo recuerda Ana Marí Torres, Anneta para sus muchos amigos, los inicios del que sin duda se ha convertido en uno de establecimientos más emblemáticos de Eivissa y cita ineludible de turistas y residentes.
Ca n'Anneta fue el escenario de un capítulo de la serie Cuéntame cómo pasó que versaba sobre la época hippie y Anneta ha recibido varios premios y reconocimientos, entre ellos un galardón Ramón Llull en 2006 «En gratitud por haber proporcionado a turistas, viajeros y vecinos de distintas épocas y estilos un punto de encuentro común, donde disfrutar de la hospitalidad y del afecto de sus propietarios».
Precisamente el trato y el afecto que Anneta mostró siempre hacia sus clientes, ya fueran ibicencos, turistas o los propios hippies, ha sido uno de los valores añadidos que se ofrecían en este pintoresco bar de Sant Carles. Ese, y la receta de las herbes eivissenques, que Ana Marí heredó de su suegra pero modificó hasta quedó a su gusto y al de todos sus clientes.
«Los primeros años venía gente ibicenca sobre todo, y algún extranjero rico que se había comprado alguna casa, aunque eso era una excepción. Era gente de todas las nacionalidades que se jubilaba o a quienes les gustaba cambiar de sitio. Eran muy amables conmigo y me hacían muchos regalos como trajes o collares que todavía guardo en casa. Nos llevábamos bien, eran muy cariñosos conmigo», revive Ana Marí.
El menú de entonces era muy sencillo: bocadillos, patatas fritas, pollo y tortilla de patata, «que era muy famosa, a todos les gustaba mucho» asegura.
Los ibicencos iban a Ca n'Anneta a jugar a las cartas por la noche, al burro concretamente, que era el juego que se estilaba en la época. «Normalmente se jugaban 3 o 4 pesetas por partida, aunque yo conozco a un señor que se jugó la finca y la perdió», recuerda todavía soprendida.
Una de las piezas del mobiliario de este bar sin la que todavía hoy sería muy difícil imaginarlo son los buzones de correos porque allí es donde recibe la correspondencia el vecindario de las casas aledañas. «Han estado aquí toda la vida. Al principio el cartero traía las cartas en un montón y los vecinos las iban recogiendo. Cuando yo llegué estaba el buzón grande y luego ya fuimos poniendo buzones poco a poco», matiza.
Sobre su afición a realizar las herbes eivissenques, Anneta reconoce que era una manera de ganar dinero entonces, «porque en aquella época la gente no bebía mucho: una copita de hierbas, de palo o de vino dulce, pero no demasiado».
Anneta se quedó sola al frente del negocio en 1950, con 25 años, tres hijos y la ayuda de su madre, ya que su marido tuvo que emigrar a Francia por razones políticas.
A partir de 1968 empezaron a llegar los primeros hippies de los que Anita guarda «muy buenos recuerdos, los quería mucho y tuve con ellos una relación extraordinaria, muchas personas pensaban que eran malos, pero yo sé que no era así. Eran muy simpáticos, educados y casi todos tenían carrera, pero muchos vinieron porque estalló la guerra del Vietnam. Sus padres les enviaron donde pensaron que estarían seguros y les mandaban el dinero directamente a esta dirección para que pudieran vivir, los cheques venían a mi nombre».
Anneta, a quienes muchos llamaban directamente «mamá Anneta» y a quien iban a buscar a la cocina del bar si no la veían por las mesas, recuerda que a muchos de aquellos jóvenes se les acababa el dinero que le enviaban sus padres e iban a contárselo. «Entonces yo les decía que no se preocuparan, que yo les daría de comer hasta que les llegara el nuevo cheque. Les apuntaba todo lo que consumían en una libreta y luego me pagaban».
Anneta revive con mucha nostalgia aquella etapa tan feliz y fructífera de su vida porque estos jóvenes, tan simpáticos, educados y cultos para ella, le aportaron mucha alegría.
Hoy Ca n'Anneta sigue en manos de la familia y «no se venderá nunca», sentencia Ana Marí Torres, convencida de que de su hijo, propietario actual del bar, pasará a manos de sus nietas en la que sería la quinta generación familiar.

«Anneta, por favor, explícale a la Policía que yo soy un buen chico»
Ana rememora la confianza que mostraron siempre con ella los hippies que frecuentaban su bar. Le contaban las fiestas que montaban por la noche en las casas de campo o si iba a verlos la Policía por algún motivo. En ocasiones, se juntaban en alguna de las casas a comer, a tocar música y bailar a su manera.
«A veces hacían parar al camión de la Policía delante del bar y les decían a los agentes que me preguntaran a mí si eran buenos chicos o no. Muchas veces yo tenía que salir y les preguntaba: Pero chico, ¿qué haces tú ahí? Y me contestaban: Mira Anita, es que ayer fui a una fiesta, pero tú sabes que yo no soy malo, díselo a la Policía».
Entonces Anneta hablaba con los agentes para que los soltara. «Unas veces me hacían caso y otras no», sonríe.