El navarro Santiago Beruete en una fotografía de archivo sentado en una cómoda silla junto a un frondoso jardín.

Uno de los grandes personajes que pasaron por Ibiza entre 1946 y 1949 fue el conocido pintor y diseñador de jardines español Javier Winthuysen (Sevilla 1874-Barcelona, 1956). Además de pintar con su peculiar lenguaje el paisaje ibicenco con sus casas, sus árboles, sus carreteras o sus marinas, fue un gran diseñador de jardines. En realidad fue un filósofo que proyectaba jardines y que pudiera tener similitudes con el navarro Santiago Beruete. Nacido en Pamplona en 1961, este profesor de Filosofía y Sociología que actualmente reside en Ibiza, es también un estudioso de los jardines y un conocido escritor sobre el tema. Ha publicado el ensayo Jardinosofía y en noviembre Verdolatria, ambos editados por Turner. Precisamente su última obra se presentará mañana a las 12.00 horas en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza (MACE) en el marco de un desayuno con el que el museo que dirige Elena Ruiz Sastre quiere despedir el año y agradecer a los colabores su apoyo.

—Santiago, ¿conoce usted la obra de Winthuysen? Creo que se merecería un ensayo suyo…
—Conozco y admiro profundamente la obra de Winthuysen. Este pintor paisajista sevillano, de ascendientes flamencos, es el autor de una obra fundacional sobre la cultura del jardín en nuestro país, Jardines históricos de España, publicada poco antes de la Guerra Civil. Su libro contribuyó decisivamente a que los jardines empezasen a considerarse monumentos, bienes de interés artístico y parte fundamental del patrimonio cultural. Pero no solo participó en la conservación y reconstrucción de jardines históricos como el de Vilandry, en Francia, y en parajes naturales como el lago de Bañolas, sino que también creó algunos como el de la Universidad laboral de Gijón o el parador de Ciudad Rodrigo. Sus esfuerzos por preservar esas obras de arte viva que son los jardines merecen, sin duda, un mayor reconocimiento.

—¿Cuál es el jardín que más le gusta de Ibiza y por qué?
—Los más hermosos son privados. Se encuentran en hoteles rurales y agroturismos como Can Curreu, Atzaró o Can Jaume o en casas particulares. En ellos el jardín se convierte en una extensión de la vivienda, un salón al aire libre y un entorno de cariño, donde convivir. Sin entrar en disquisiciones estéticas, el mejor jardín es el que respeta el genio del lugar, que en Ibiza tiene algo del burlón dios Bes y la serenidad clásica de Tanit. Más allá de cualquier otra consideración estética, las plantas saludables son las más bonitas. La flora autóctona, capaz de resistir largos y secos veranos y un alto índice de humedad, garantiza un jardín sostenible a largo plazo y una belleza duradera.

—¿Y del resto de España?
—Siento predilección por el jardín paisajista de El capricho de la Alameda de Osuna de Madrid y el Parc del Laberint d’Horta en Barcelona. Son dos ejemplos extraordinarios de un jardín pintoresco.

—Si le preguntara por el jardín húmedo o seco que más le gusta de Japón, la cosa creo que se complica…
—Los jardines minerales, secos o zen, como los que se pueden ver en Kioto, están destinados a la contemplación. Me conmueven muy especialmente, pues representan la más sofisticada forma de artificio consistente en la aparente ausencia de artificio. Es decir son un conjunto de piedras ordenadas meticulosamente, arena rastrillada con sumo cuidado, con la presencia del musgo y, acaso, un arbusto con flores o un pequeño árbol.

—Lo verde como tótem total, vivimos en una politización permanente de lo verde, ¿es ese otro tipo de Verdolatria?
—La Verdolatría retrata nuestra ambivalente y contradictoria relación con la Tierra. Veneramos la naturaleza, pero estamos en guerra con ella. A las sociedades tecnocráticas les fascina lo verde aunque participan activamente en su destrucción. Sabemos en nuestro interior que no somos los dueños del planeta, pero continuamos depredando sus recursos y comportándonos con imprudente temeridad. Asumimos que el crecimiento económico no puede ser ilimitado, pero nos resistimos a vivir por debajo de nuestras posibilidades. Somos naturaleza pero también su amenaza más seria.

—¿Por qué tenemos esa necesidad de volver o de intentar volver a la naturaleza?
—En tres décadas seremos cerca de diez mil millones de terrícolas, dos terceras partes de los cuales, urbanícolas, habitantes de áreas metropolitanas, con urbanizaciones y megalópolis. Cuanto más superpoblado está el mundo, más fuerte será el anhelo de retornar a la naturaleza y más intensa nuestra devoción por lo verde. Si algo revela la Verdolatría imperante, es justamente la dificultad de conciliar acciones y convicciones.

—Había un anuncio de la compañía aérea Pan Am en los años 50, dirigido a los estadounidenses, que decía que si el estrés te consumía había que irse unos días a Ibiza. ¿Por qué un jardinósofo como usted vive precisamente en Ibiza?
—Hay muchas razones para vivir en Ibiza, pero no es la menor de ellas la proximidad al campo. La facilidad con que uno abandona la ciudad y se encuentra en plena naturaleza, terrestre y marina, hace muy atractiva la vida en la isla. Si a eso añadimos un clima mediterráneo, una sociedad cosmopolita y una rica cultura local no tiene nada de extraño que nuestra isla se haya convertido en uno de los destinos preferidos por los hedonistas internacionales.

—¿Qué ha perdido Ibiza?
—Nuestra isla corre el grave riesgo de traicionar su historia, desnaturalizar su esencia y convertirse en una caricatura de lo que fue. Ya no se respira la utopía en Ibiza como antes. Si continua rindiendo culto a la codicia, se convertirá en un lugar como otro cualquiera. Su poesía se desvanecerá y el mito será historia.

—La botánica, ver crecer las plantas, disfrutar de los bosques, es algo tan natural que parece fácil. Sin embargo, usted siempre se ha mostrado partidario de educar la mirada, de profundizar en lo que vemos cuando cultivamos o estamos en contacto con la naturaleza o los jardines…
—Ver crecer lo que plantamos es una de las fuentes más genuinas de gozo. Cultivar ejercita una ética del cuidado. Nos desensimisma y colma. Los valores implícitos en la creación y cuidado de un jardín o un huerto son la paciencia, la perseverancia, la humildad, la esperanza, y animan e inducen a otras formas de compromiso con la tierra y con la sociedad.

—¿Qué beneficios depara cultivar?
—Muchos de los placeres físicos y los beneficios psicológicos que depara cultivar son la serenidad, la libertad, el reposo o la inocencia. Todos ellos constituyen ingredientes esenciales de una buena vida. Sea cual sea esa receta – que yo desconozco–, lo que está demostrado es que hay una corriente subterránea, un vínculo secreto que une la felicidad con los huertos y jardines desde los inicios de la civilización. Acuérdese del Paraíso Terrenal, el Edén, los Campos Elíseos o el Jardín de las delicias. Ese nexo los convierte en islas de perfección, fragmentos del paraíso y oasis de verdor.

—Usted ve paralelismo entre las grandes categorías de la filosofía como la sustancia, el ser, la bondad o la mirada, y las plantas, los jardines o los árboles. ¿Por qué?
—Quien se interne por los senderos de Verdolatría experimentará asombro y la emoción filosófica por excelencia y el principal acicate de la curiosidad. Su escritura intenta asimismo trasmitir el gozo de pensar creativamente y corregir nuestra tendencia a olvidarnos de lo evidente, que el animal humano no está solo. Tenemos que ser conscientes de que compartimos el planeta con muchos otros seres vivos, más de un noventa por ciento de los cuales son plantas. Un hecho en el que nunca se insistirá suficiente es que todas las formas de vida están conectadas y sostienen un incesante diálogo las unas con las otras, del que nunca podemos decir que sabemos suficiente.

—¿En qué nuevo libro está usted trabajando?
—Jardinosofía fue la primera obra de una trilogía, que prosigue con Verdolatría y que, si nada lo impide, culminará en un tercer libro que todavía no tiene título. Su tema es la educación, entendida como uno de los rasgos que nos define como humanos. Empecé escribiendo una historia filosófica de los jardines, he continuado explorando cómo la naturaleza nos enseña a ser humanos y aspiro a acabar este viaje literario filosófico reivindicando el valor de la educación a partir de diferentes proyectos que utilizan los huertos y jardines como un recurso para formar a los objetores escolares, reinsertar a las personas excluidas y ayudar también a las enfermos mentales y toxicómanos a recuperar la salud y la fe en la sociedad.