Entrada a uno de los dos viejos hoteles del Robinson. Esta semana un equipo judicial acudió para echar a los 'okupas', que ya no estaban. | Marco Torres

El llamado Club Robinson es, primero de todo, un atentado contra la naturaleza. Una lamentable aberración que ha destrozado una de las cimas más hermosas de la isla, un vértice de ocasos alucinantes que domina es Vedrà, es Vedranell, ses Bledes, s'Espartar y las islas de sa Conillera. En origen, una puerta abierta a la belleza. Hoy, un montón de mierda devaluada, lo que no impide que continúen surgiendo burbujeantes ideas de negocio inmobiliario: una entidad bancaria vende trozos del hotel reconvertidos en apartamentos de 35 metros cuadrados con rebajas del 55 por ciento, sin añadir que la luz es de obra y que casi no hay servicios. «Buen estado», apunta la publicidad.

Años 60. Intereses alemanes colonizan Eivissa como Robinson la isla de Viernes. Por la misma época, los alemanes de TUI levantan otro Club Robinson en Fuerteventura. El milagro del turismo lo llaman. Cala Vedella debía de resultar irresistible y allí, en la atalaya más alta, levantan su castillo. La civilizada Europa central corta mucho bacalao en una dictadura donde se viaja en carro y se acepta casi todo sin rechistar, con sumisión: se instala una barrera que cierra el camino al hotel-castillo, al que los isleños, en su inmensa mayoría, no pueden acceder si no es para servir o limpiar, igual que ocurre en la actualidad en los complejos de lujo de Àfrica y la América Latina. En el Club emiten hasta su propia 'moneda', con la que los turistas de calidad hacen sus pagos tras los muros del lujoso castillo. Todavía hoy, curiosamente, la única bandera que ondea en la zona es alemana.

Donde en los años 60 los alemanes instalaron aquella barrera que separaba dos mundos, el Ayuntamiento de Sant Josep no se atreve hoy a restringir el paso para evitar saqueos porque no tiene muy claro si se trata de un camino público o privado. Así de elástica es por aquí la ley, pura goma.

Progreso llaman al dinero y quizás por eso, desde entonces, ni un día ha dejado de cuajarse cemento en Cala Vedella, un lugar ya desnaturalizado. Allí no se genera nada, salvo paellas y sangría en verano. Allí solo se construye, sin ton ni son, y se vende y revende. Hasta que reviente.

El Robinson lo proyectaron, construyeron y gestionaron alemanes. Los turistas extranjeros venían, pagaban a otros extranjeros y estos sus impuestos en España. Los isleños los veían entrar y salir. Quién sabe qué pensaban en el Ayuntamiento de Sant Josep.

Nueva etapa

Resulta muy difícil conocer los pasos que han convertido a este lugar en lo que es hoy. Nadie admite saber lo ocurrido con un mínimo de exactitud. Por alguna razón que nadie parece recordar aquello se fue convirtiendo en uno de esos negocios llamados time sharing o multipropiedad. Los hoteles fueron deviniendo en apartamentos a la venta y, de esta forma, el negocio hotelero convive con la venta de pisos. Aparece un nuevo empresario, también alemán, que todavía reside en uno de los apartamentos de la zona, y se hace cargo del hotel. Dos teorías que no se autoexcluyen circulan acerca del declive empresarial de este hombre. Aquello se fue a pique y ya solo quedaron apartamentos a la venta.

Poco a poco los pisos se fueron vendiendo, pero en el complejo no hay servicios y está demasiado aislado. Sin apenas vigilancia, comienzan los robos, auténticos saqueos. Nadie se hace responsable y los agraviados empiezan a tocar con fuerza la puerta del Ayuntamiento, que insiste en que es un asunto privado y que tiene las manos atadas. Indignados, comienzan a ponerse en contacto con la prensa local. Los nuevos propietarios, extranjeros muchos de ellos, se van dando cuenta de que no han hecho una buena compra y dejan de pagar las hipotecas.

El responsable de una inmobiliaria que vendía estos pisos es detenido por la Guardia Civil por presunta estafa. Nadie sabe explicar cómo va el proceso. Así, poco a poco, los inmuebles van acabando en manos de los bancos: la CAM, Bancaja, la Caixa, y también de Hacienda y la Seguridad Social. En los últimos tres años llegan los 'okupas', que ahora parecen tener la culpa de todo.