Lo puede anticipar “el efecto Biden” que así llaman, desde Europa, al sentimiento del buen camino que emprenden las cosas que pone en marcha el presidente demócrata. Su campaña de vacunación acelerada; las medidas progresistas y ecologistas incluidas en su plan de relanzamiento y mejora de las infraestructuras; su reencontrado optimismo, mientras nosotros navegamos entre la pandemia y la fragmentación política. Solo han pasado dos meses entre su toma de posesión y la llegada de los primeros cheques a los hogares norteamericanos con un efecto económico inmediato. En cambio, nosotros los europeos nos planteamos en marzo el plan de recuperación, lo aprobamos en junio, pero al parecer los estados miembros no dispondrán del dinero hasta diciembre, condicionado al plan para retornar a la senda de estabilidad. Y menos mal que estamos en Europa; si no, la evolución de nuestra democracia hacia el autoritarismo sería imparable.

La UE necesita más eficiencia, coherencia y una mejora en la definición de los roles y funciones de los estados miembros. Aprendamos de la bidenmanía; Biden es decente, empático, escucha a sus asesores, quiere recomponer la cooperación internacional a favor del cambio climático, defiende los derechos del hombre frente a los chinos y Rusia. Es anti Trump pero considera algunas enfoques de este.

En lo internacional continúa la confrontación emprendida por su predecesor, compartiendo el reforzar las disposiciones del “Buy American Act”, aunque la austeridad no será su dogma y se desmarca de sus predecesores, Obama y Clinton. Quiere más bien parecerse a Roosevelt. Será sobre su capacidad de provocar un nuevo modelo de crecimiento que la historia le juzgará.

Aunque a ambos lados del Atlántico se compartan objetivos y preocupaciones, las situaciones difieren sustancialmente. Biden quiere acabar con dos décadas de desigualdad de ingresos y de riqueza impulsando un amplio abanico de medidas sociales que incluyen el aumento de gasto público en sanidad y seguridad social, la mejora de la legislación contra la discriminación, la construcción de infraestructuras de atención personal, la corrección del sistema de conciertos privados para garantizar el acceso universal al Obamacare en condiciones sostenibles, mejor educación, centros de soporte infantil, y financiación de la red preescolar, y apoyo directo a las familias en lo que en la práctica equivale a la creación de una renta básica universal. En la UE, mientras, y a pesar de la considerable ventaja que saca a Estados Unidos en gasto social, se está buscando un marco de acción común para combatir la pobreza, la precariedad laboral y el desempleo en particular el de los jóvenes.
Sin embargo, este futuro puede volver al pasado si las negociaciones que los norteamericanos iniciaron con los talibanes no se replantean. Los asesores de Biden parecían tener la esperanza de reconstruir relaciones con los fundamentalistas. La obsesión patológica que los talibanes tienen contra la educación de las mujeres no ha cambiado y esto llega al momento en el que las fuerzas extranjeras aceleran su retirada, implicando a los insurgentes en prohibir la presencia de cualquier grupo terrorista sobre este territorio. La retirada de las tropas se hará, incluso acelerándolas para que la operación se termine el 4 de julio en vez del 11 de septiembre. Sin duda el ejército afgano se encontrará excesivamente reducido. Este será el primer revés serio, en materia de política extranjera de Biden, a título personal.