Las dificultades para cubrir necesidades de personal son evidentes y palpables en todo el abanico de la cadena productiva. En el sector terciario tampoco no nos escapamos a este déficit, que se hace más patente si cabe, justo en los compases iniciales de la temporada turística, cuando todas las empresas tratan de encajar horarios de servicio y expectativas de demanda de clientes junto con un personal necesario para cubrirlos y atenderlos.

Es precisamente esta tarea de conjugar y establecer correspondencias entre unas tareas a realizar con un personal dispuesto a ejecutarlas, de cada vez más escaso, el que hace que muchos empresarios, de todos los segmentos de la cadena de valor turística, se estén planteando nuevas fórmulas y dinámicas de servicio. Citaremos algunas a modo de ejemplo:

-Para evitar largas colas en las recepciones de los hoteles se ve la necesidad, de cada vez más acuciante, de complementar al recepcionista de toda la vida, con paneles interactivos o pseudorobots que agilicen cierto tipo de tareas como el check-in o respondan a las preguntas y necesidades más frecuentes del cliente.
-En los restaurantes se ve con simpatía y agrado a los alimentos de quinta gama o listos para consumir, éstos rápidamente se van haciendo un hueco más grande en las cocinas ya que permiten una gestión eficiente de la cocina y el ciclo de comidas, sacando partido del espacio, el tiempo y, especialmente, los recursos humanos.
-No se extrañen tampoco si en un breve plazo de tiempo vean generalizados los autoservicios al estilo de las cafeterías de los aeropuertos, en cuyas estructuras no se requieren tantas manos para repostar, servir y cobrar como sí se necesitan en un local tradicional.

Esta reformulación o replanteo general de qué es exactamente lo que vamos a ofrecer y cómo llevarlo a cabo de manera digna, está ahora mismo acarreando muchos quebraderos de cabeza y poniendo a funcionar la inventiva de todos los implicados, sabedores de que una eventual minoración o eliminación de servicios por imposibilidad física de llevarlos a cabo sería muy perjudicial para sus intereses.

Nos enfrentamos a un cambio de paradigma en el que será imprescindible agilizar los procesos, que éstos no conlleven una sobrecarga para quien los ejecute o que las redes telemáticas se refuercen y extiendan al máximo a fin de soportar una tecnología que precisa rapidez e inmediatez. Así mismo, tanto ciudadanía como turistas tendremos que asumir que el servicio lleva un coste implícito y que hay que valorarlo en su justa medida. Por ello, como clientes también deberemos adaptarnos a estas nuevas formas de servicio y aceptar irremediablemente que si uno quiere una atención clásica y personalizada tendrá que abonar un sobrecoste aún mayor.

Estamos, pues, ante otro nuevo reto, y ya llevamos muchos en este último lustro, una nueva vuelta de tuerca ante la que no podemos permanecer estáticos y en la que tenemos que ser decididos y hacer jugar a nuestro favor a la inteligencia artificial, ya no queda más remedio que implementarla a todos los niveles y que redunde en beneficio de todos.