Todos los que trabajamos desde hace tiempo en el sector turístico tenemos siempre un ojo puesto en los movimientos disruptivos que pueden generan las situaciones extremas como son los ataques bélicos dentro del conocido como mundo occidental. Ello es así porque somos conocedores de la volatilidad y maleabilidad de nuestro negocio ante unas externalidades que pueden llegar a desencadenar miedo, escaladas de precios y confusiones varias que al fin y a la postre hacen que la gente no viaje tanto.

En todo caso, después de la zozobra absoluta que tanta huella nos dejó la irrupción de la pandemia, la preocupación generada ante la invasión rusa de Ucrania y la inherente subida inflacionaria que llevó consigo o la inquietud que un conflicto entre Israel y Palestina sigue suscitando, vemos ahora como una derivada de este último como es el envío de misiles iraníes hacia Israel, ya solo nos provoca una ligera turbación. Tal vez estemos demasiado habituados a estos vaivenes externos como para hacer nuevamente caso y volver a tener ansiedad. No deja de ser paradójico, especialmente cuando esta última entrega de este funesto serial de hostilidades y furias tendría que ser el que más temor e incertidumbres engendrara debido a su gravedad e impacto, especialmente por las potenciales consecuencias de una eventual escalada entre contendientes con aliados conocidos que, a su vez, también están enfrentados, los Estados Unidos por una parte y Rusia por la otra.

A la hora de analizar el alcance de lo altamente improbable, el reconocido investigador y ensayista Nassim Taleb nos indica que tendemos a pensar que los conflictos destructivos son cosa del pasado, por tanto, acabamos preocupándonos demasiado tarde, confundiendo una observación ingenua del pasado con algo representativo o decisivo del futuro y viceversa. De ahí que el análisis de las causas de eventualidades o accidentes conocidos como cisnes negros sean tan difíciles de comprender y, mucho menos, de anticipar. Además, la conciencia de un problema, en nuestros días, no significa mucho ni tiene una especial relevancia, especialmente cuando están en juego intereses personales o instituciones interesadas que pueden llegar a manipular, mediante tergiversaciones múltiples, medios y masas.
Seguramente, por probabilidad estadística, no vaya a pasar nada, el empirismo (y el escepticismo) también funciona en estas magnitudes geopolíticas, pero no podemos perder de vista que algo, en algún momento inesperadamente deja de funcionar, y lo que hemos aprendido del pasado, resulta ser en el mejor de los casos, irrelevante o falso.

Por el contrario, como no podemos predecir el futuro, quedarse fuera de la fiesta y permanecer ausente de los mercados mientras los otros siguen divirtiéndose y facturando a manos llenos seria una estrategia del todo estúpida. Nuestra consciencia, después de todo, no nos permite estar en todos los escenarios al mismo tiempo ni quiere que se nos tilde de agoreros, prefiriendo la certeza del presente más rabioso, que esperemos que se prolongue de la manera más pacífica posible por mucho tiempo.