El líder del Partido Popular y candidato a la investidura, Alberto Núñez Feijóo. | Efe - Borja Sánchez Trillo

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, se presenta a la investidura en el Congreso avalado por la calle. Esa es al menos su pretensión tras reunir a miles de almas en la capital de España contra un Gobierno non nato. Esos miles, recabados a fuerza de autocar y bocadillo en muchos rincones de España -en esos donde el músculo del Partido Popular se mantienen turgente- son bastantes menos que los independentistas inasequibles al desaliento que, convencidos y contra viento y marea, salieron a las calles de Barcelona el pasado 11 de septiembre, con motivo de la Diada menos movilizada de los últimos años.

Entonces la Guardia Urbana de la Ciudad Condal cifró la participación en 115.000 personas, mientras que Feijóo congregó este pasado fin de semana a alrededor de la mitad. Esto no es una competición, el ‘manifestómetro’ no concita de forma directa mayorías en Las Cortes españolas, pero resulta un dato significativo, sintomático si se quiere. De entre los cuarenta y sesenta mil que acudieron al llamamiento de Feijóo, y por ende de José María Aznar, se contaron 17 de Baleares. 17, a juzgar por la imagen compartida por la propia delegación de las Islas en las redes sociales.

En aquel contexto, la líder del PP balear y presidenta del Govern, Marga Prohens, calificó la posible amnistía a los independentistas protagonistas del procés de «un fraude a la ciudadanía», sin hacer mucho hincapié en que el propio Feijóo barajó hace unas semanas reunirse con Junts, algo que su partido en Cataluña nunca entendió, empecinado como lo estaba en conseguir los cuatro escaños que precisa para gobernar, provengan estos de dónde provengan.

Incluso si al PSOE, en el último momento y de improvisto, se le cae algún voto a favor de Feijóo y propicia lo impensable, este sería bienvenido. Y es que la creación de un marco mental que busca exacerbar la sensación de rechazo al presidente en funciones, Pedro Sánchez, y a sus potenciales socios independentistas se antoja más bien un constructo interesado de la derecha española, y no tanto un clamor popular. No sé ustedes, pero en las calles y plazas no escucho en demasía hablar de la mencionada amnistía, una «enmienda a la totalidad» en toda regla a la democracia, como dijo el expresidente Mariano Rajoy el pasado domingo en Madrid.

No es que este no sea un tema de calado. No es que la unidad de España no sea un valor a proteger. Simplemente parece que la ciudadanía está en otras cosas, tal y como reflejó hace escasos días el CIS al designar como principal preocupación de los españoles una crisis económica irresoluta y que aun puede agravarse en los próximos meses. Recuerden bien la lección que todos aprendimos el pasado 23-J: Tezanos acierta más de lo que muchos creen, o desearían.

Entre tanto el PP se esfuerza en transmitir una idea de cohesión, de fortaleza frente a los acontecimientos. Al tiempo trata de ignorar deliberadamente las dificultades que se avecinarán en caso de no prosperar este intento de conquista de La Moncloa. Todos tenemos en mente la lucha fraticida que acabó con Pablo Casado defenestrado simbólicamente desde dentro del balcón de Génova. Cierto es que no hace tanto de aquello; Feijóo no es Casado, pero tampoco es Aznar. Ni Isabel Díaz Ayuso. Tiempo al tiempo.

El panorama para la izquierda tampoco se percibe como una senda plácida. Si Feijóo no logra los apoyos que le separan de la mayoría Sánchez deberá por fin poner sus cartas sobre la mesa. Deberá entonces explicar cómo pretende atraer el apoyo de soberanistas catalanes y vascos, muy ocupados ambos en capitalizar su espacio político en clave doméstica. Aparentemente todos quieren el acuerdo por la izquierda y los números avalan esta opción. Sin embargo, un paso en falso podría mandarlo todo al traste y abocarnos a todos a la repetición electoral.

En las últimas jornadas han aparecido voces discordantes que hasta ahora permanecían silenciadas. Ya no es solo Podemos, instalado en su crítica como forma de entender la política. Uno de los que dieron un paso al lado, el ministro de Consumo en funciones y coordinador federal de IU, Alberto Garzón, apeló a que en algún momento, más pronto que tarde, el liderazgo de Yolanda Díaz en Sumar debe avalarse mediante algo similar a un proceso de primarias.

Todos, dice Garzón, deben sentirse cómodos en un espacio complejo, poliédrico. Un espacio abonado al cainismo, tan propio de la izquierda. Porque ahora toca investidura, pero en algún momento deberán hablar y no solo de amnistía a líderes independentistas. Unos y otros deberán acordar un programa de gobierno que dé respuesta a múltiples ópticas y órdenes de prioridades dispares. Y finalmente, gobernar, no solo para la mayoría social a la que representan sino para todos los españoles. Será eso o una nueva cita con las urnas.