El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (d), felicita al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. | Efe - JAVIER LIZÓN

La investidura de Sánchez ha echado a andar. Con amnistía a los independentistas incluida, una docena de días con las sedes del PSOE rodeadas y hostigadas, y horas de debate en el Congreso de los Diputados que, esta vez a diferencia de lo que ocurriera en septiembre con Alberto Núñez Feijóo, han servido al fin previsto para el que se articularon. Los españoles hablaron en las urnas el 23-J. Muchas dudas hubo en esa noche electoral sobre que Pedro Sánchez fuera capaz de concitar el apoyo de los independentistas, en especial del Junts de Carles Puigdemont, hasta ahora fuera de todo espacio y tiempo que no sean los suyos propios. Hoy el nuevo Gobierno de coalición camina no sin dificultades de altura, o retos inquietantes en el horizonte más próximo.

El derrotado y ya como tal jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, ha vaticinado este mismo jueves que el nuevo Gobierno de coalición que encabeza Sánchez deberá obtener una aprobación casi mensual de aquellos que ahora le han concedido un apoyo nada altruista, desde los independentistas vascos y catalanes pasando por el BNG, o incluso Coalición Canaria. No le falta razón al gallego, que este pasado miércoles sorprendió en cierta medida al reconocer que este ejecutivo es totalmente legítimo. Precisamente, una de las premisas que se lanzan en las protestas contra los socialistas es la que presume que el PSOE no está facultado para transaccionar su mantenimiento en el poder con bienes generales y comunes como la amnistía.

Para algunos el pacto de Sánchez con todos excepto PP y Vox se antoja antinatural. Está lleno de contradicciones y agravios y pone en tela de juicio el estado de Derecho o la separación de poderes. En este sentido, uno de los grandes argumentos esgrimidos por Sánchez para trabajar en la alianza progresista y plurinacional que parecía imposible es el de alejar del poder a la extrema derecha. Al parecer, en Europa algunos importantes actores del panorama internacional andan aliviados por el hecho de que, de momento, Santiago Abascal no se acerque al Consejo de Ministros. De igual modo, la ‘preocupación’ expresada por la Comisión Europea se antoja en cierta medida interesada, dada la filiación política del titular de Justicia, el valón Didier Reynders. No hay que perder de vista la relativa cercanía de los comicios europeos.

Al menos esta vez Feijóo no ha insistido mucho en aquello de que él no es el presidente porque no ha querido serlo, al no ceder a las pretensiones diabólicas de los soberanistas. Con sus palabras, el líder del PP pasó por alto los contactos en su día entre su propio partido y Junts, y que hasta los más moderados y en el pasado socios preferentes como el PNV le digan que su motor no carbura porque se obceca en lubricarlo con «aceite de Vox». Al contrario, Sánchez ha reafirmado en estos dos días que el rechazo a Vox es una argamasa bastante competente para acercar a formaciones distintas hacia el acuerdo.

Es notorio que Puigdemont y Junts sintieron cierta incomodidad en el turno del debate, al usar el nuevo presidente del Gobierno términos tan alocados bajo su óptica como «diálogo» o «convivencia». La divergencia en los conceptos, la discusión entorno al relato provocaron quejas en los soberanistas, que no obstante no han hecho descarrilar este jueves la investidura de Sánchez. Junts ha votado según lo previsto. A decir verdad todos han seguido el guion salvo Vox e Isabel Díaz Ayuso.

Los de Abascal han motivado comentarios y quejas faltando a todo el debate de la investidura que no concernía de forma directa a su líder. Al final han ocupado sus escaños para dar 33 noes a Sánchez, que no han empañado el ascenso del líder socialista hacia su reelección como jefe del ejecutivo. Lo de Ayuso es aun peor. Alguien con responsabilidades de gobierno, responsabilidades en Madrid –justamente el único e irrepetible lugar que es «España dentro de España»–, no debería insultar a un oponente político del modo en que lo hizo la presidenta, tal y como la retrataron las cámaras de televisión en la jornada precedente.

Este jueves, lejos de retractarse y pedir perdón, la madrileña tira de gallardía y hace burla con el exabrupto amparándose en una supuesta defensa de su familia. «Lo mínimo es que diga por lo bajo, me gusta la fruta (…) a lo mejor ustedes tragan con todo» ha afirmado la líder del PP de Madrid, la que anunció hace pocos días que devolverían «golpe por golpe». Ciertamente los ánimos de parte de la sociedad están inflamados. Ciertamente también todavía pocos manifestantes protestan en la calle, a tenor de las gruesas palabras que se escuchan por ahí, y los llamamientos que pregonan un fin de los tiempos cercano por un pacto que hace meses se antojaba imposible.