El mensaje navideño de don Felipe, el segundo desde el inicio de su reinado, había despertado una expectación inusual. Su visión sobre la actual situación política de España, con el reto independentista catalán todavía pendiente de solución y la compleja situación generada tras los resultados de las pasadas elecciones generales, le daban un valor añadido. Tanto en uno como en otro caso, el Rey optó por mantenerse dentro de los más estrictos límites que le confiere la Constitución y evitó cualquier tipo de frase o alusión que pudiera ser objeto de una interpretación errónea. La prudencia, quizá excesiva para determinados sectores, marcó todo el tono de la intervención sobre los temas más candentes a los que debe hacer frente el conjunto de la sociedad española.

Constitución y unidad. Aunque no de una manera explícita, don Felipe se refirió al proceso soberanista de Catalunya en los términos ya conocidos de estricto cumplimiento de la legalidad constitucional y defensa de la unidad de España. No hubo, por tanto, ninguna referencia a la necesidad de flexibilizar el actual marco constitucional para facilitar el encaje de las mayores cotas de autogobierno que reclama buena parte de la sociedad catalana o someter la cuestión a una consulta. En este sentido, el Rey defendió los mismos postulados que el Gobierno o las resoluciones del Tribunal Constitucional sin que ello haya supuesto que se haya logrado zanjar el conflicto. En esta misma línea argumentó la unidad de España como un valor para la fortaleza del Estado, el principio, precisamente, que está en cuestión.

Proceso postelectoral. Respecto al futuro Gobierno de España, se mostró cauto ante el enrevesado panorama que ha quedado en el Congreso tras el 20-D. Este es unos de los problemas que deberá abordar a corto plazo el Rey, el cual deberá proponer la formalización del nuevo Gobierno a uno de los líderes de los dos grandes partidos estatales, PP y PSOE, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, respectivamente.