El ya exvicepresidente y extitular de la Conselleria de Turisme, Biel Barceló, pagó ayer con su cargo la enorme torpeza política que cometió al aceptar un viaje a la República Dominicana como obsequio de un canal televisivo de la que él era colaborador en un programa deportivo. Al conocerse los detalles del viaje –traslado y alojamiento gratuito a cargo de una gran empresa turística–, los propios dirigentes del Més censuraron sin paliativos un comportamiento que vulneró el código ético del propio Govern del que formaba parte. Consciente de su debilidad, Biel Barceló anunció su dimisión y dejó abiertas las incógnitas para la sucesión.

Consecuencia lógica.
La salida de Barceló no es más que la consecuencia inevitable de un comportamiento a todas luces inadecuado por parte de un miembro del Govern, y más en el caso de Biel Barceló cuyo partido tiene a gala su lucha contra la corrupción. La estancia en Punta Cana ha sido la gota que ha desbordado la posición inestable de Barceló en el Ejecutivo del Pacte, toda vez que su departamento ha sido el que más irregularidades ha acumulado en lo que llevamos de legislatura. Las críticas más severas han salido, en esta ocasión, de las propias filas de Més, cuya cúpula y militancia no ha dudado en mostrar su rechazo en las redes sociales al asunto protagonizado por quién ha sido uno de sus principales activos políticos en el pasado.

Una crisis forzada.
La dimisión de Barceló, aceptada ya por la presidenta Armengol, abre una crisis indeseada en el Govern cuando ya se está a poco más de dieciocho meses del final de la legislatura. A partir de ahora se abre un período de incertidumbre respecto al área de mayor proyección económica, Turisme. Sobre la mesa se plantean dos opciones: un mero cambio de titular o una remodelación más amplia del Govern. Ambas entrañan riesgos para uno de los departamentos más delicados de la política balear.