Las sesiones constitutivas del Congreso de los Diputados y el Senado celebradas ayer pusieron de manifiesto el elevado grado de tensión política existente entre los diferentes grupos, acrecentada por la presencia de los diputados y el senador independentistas catalanes encarcelados que acudieron, autorizados por el Tribunal Supremo, para tomar posesión de sus respectivos escaños. El momento del juramento o promesa de los diputados secesionistas fue aprovechado para buscar la máxima repercusión mediática, hasta convertirlo en un acto más en favor del soberanismo ante la indignación de Vox y Ciudadanos. Al final, un momento del que cabe esperar cierta solemnidad se ha convertido en un espectáculo reivindicativo o de mero lucimiento personal.

Buscar el acercamiento.
Las broncas y trifulcas en el pleno, más sonoras en el Congreso, dejan claro el punto de partida de la legislatura. La cuestión catalana sigue siendo el eje sobre el que pivota toda la política española, incluyendo todos los posicionamientos; desde quienes desde el primer momento buscan aislar a los independentistas a quienes reciben con abrazos a sus líderes cuando llegan al hemiciclo, como ha ocurrido con Pablo Iglesias. Tampoco puede pasar desapercibido el escueto diálogo mantenido entre Oriol Junqueras y el presidente Sánchez zanjado con un «hablaremos». Con el ambiente de crispación existente resulta imprescindible aferrarse a los pequeños detalles que ayudan a rebajar el enfrentamiento.

Una escenificación.
Sin querer desacreditar lo sucedido ayer en las Cortes, resulta inevitable insistir en la voluntad de determinados grupos de contentar a sus seguidores; una interpretación forzada por las circunstancias y que tiene un valor relativo. El Congreso y el Senado están llamados a tener un papel decisivo en esta legislatura, en la que los pactos serán, sobretodo en la Cámara Baja, obligados para avalar las grandes decisiones. Es a partir de ahora cuando se conocerá la auténtica dimensión de nuestros políticos.