La nueva tasa de alcoholemia que se aplica a los conductores de vehículos a motor convierte a éstos en abstemios casi totales. Por lo menos, en las horas anteriores al momento de iniciar la conducción. Una tasa de 0'5 o 0'3 gramos de alcohol por litro de sangre se obtiene o sobrepasa con un par de cervezas, un vaso de vino o una copa de licor. Lo que supone que, quien deba conducir, habrá de hacerlo, prácticamente, sin haber ingerido previamente alcohol. ¿Reducirá, esta nueva drástica medida, el número de accidentes de tránsito? Habrá que esperar los resultados. Por lo que respecta a las denuncias, seguro que aumentarán en número, pero en cuanto si se reducirán los accidentes habrá que esperar un cierto tiempo. Es decir, a las comprobaciones por parte de quienes realicen atestados de accidentes con víctimas heridas o los de las autopsias de los fallecidos.

Porque es evidente que si los conductores realizan infracciones sin temor a sufrir accidentes con graves secuelas o con consecuencias mortales, ¿por qué han de cambiar sus hábitos por una disposición que reduzca los niveles de alcohol ingeridos? Parece estúpido que el conductor imprudente levante el pie del acelerador de su vehículo por temor a una infracción antes que por miedo a sufrir un accidente mortal.

Pero, así es. De manera que, para cambiar los hábitos, es necesario algo más que cambiar la normativa: hay que amenazar muy seriamente a los infractores y extremar la vigilancia en las carreteras, especialmente. El primer día de experiencia del conductor sin alcohol demuestra que casi el diez por ciento de los sometidos a la prueba de alcoholemia sobrepasaban los nuevos límites autorizados. Así que una cosa es cambiar las normas y otra los malos hábitos.