J osé María Aznar tiene, en estos momentos precisos, un problema de tipo esquizofrénico: es presidente de un Gobierno apoyado por los nacionalismos periféricos y es el presidente de un partido español que competirá, en las próximas elecciones, con estos nacionalismos. Para sazonarlo, España apoya militarmente, desde su integración en la OTAN, a un nacionalismo oprimido como el kosovar, frente al nacionalismo opresor serbio.

De manera que mencionar los nacionalismos, en estos momentos, es como mentar la soga en casa del ahorcado y caer en la peligrosa comparación de Serbia y Kosovo, se quiera o no se quiera porque, en estos momentos, están cayendo bombas sobre Serbia. Así que cuando, impelido por la necesidad de apoyar a sus candidatos, el señor Aznar dice que los nacionalismos están caducos y no garantizan la convivencia, entra en franca contradicción.

Porque si él y su partido gobiernan España es gracias, precisamente, a estos nacionalismos, tan distantes como el vasco, el catalán y el canario. Insistimos: gran contradicción ésta, la de apoyarse en nacionalismos que, según él mismo, no garantizan la convivencia y están caducos. Precisamente han sido los que, desde 1993, en otra legislatura y otras condiciones, también apoyaron la formación y estabilidad del Gobierno español, entonces en manos de Felipe González y el PSOE.

Existe una forma literaria de expresar esta situación: morder la mano de quien te da de comer. Lo que ocurre es que el PP aspira a tener más peso específico en Euskadi, Catalunya y Canarias, y son los nacionalistas los que, desde su condición democrática, mantienen allí el poder. Y es probable que si en Balears el PP se ve amenazado en las urnas sea por parte de los nacionalismos. También democráticos y moderados. Éste es el problema.