Josep Borrell abandona la carrera presidencial con elegancia. Con elegancia personal y moral. Con corrección política. Hizo lo que se le pedía: responsabilizarse de la designación de los dos altos cargos de Hacienda que están acusados de varios delitos relacionados con el ejercicio de sus funciones. En una comparecencia ante una multitudinaria concentración de periodistas, lo que provocó la primera nota de humor, el señor Borrell, que se confesó un corredor de fondo, abandonó.

Lo ha hecho por ética y, sin que ello desmerezca su gesto, casi inusual en este país, también por un sentido pragmático: los grandes corredores de fondo abandonan cuando no ven posibilidades de victoria y esperan una mejor ocasión. El señor Borrell, muy posiblemente, ha sentido un alivio cuando ha podido ejecutar aquella vieja estrategia militar consistente en una retirada que equivale a una victoria.

Para obtener su nombramiento como candidato socialista, tuvo que sufrir unas primarias que ya le desgastaron, pese a su indiscutible triunfo final ante Joaquín Almunia. Y las cosas no iban mejor en estos momentos, de modo que, sin dudar de su fe democrática y de su comportamiento ético, este abandono le sirve para no estar cuatro años en la oposición y prepararse por si, vencida la próxima legislatura, puede volver a la carrera, probablemente por aclamación de quienes ahora son sus seguidores y, también, sus detractores.

Lo peor viene ahora, pero para el PSOE, que, el día anterior a que su candidato presentara su renuncia, había mostrado su extrañeza y su incomprensión ante las críticas y ataques del PP. Ambos partidos tienen, ahora, que mostrar una actitud positiva ante esta actitud, indudablemente positiva, de un candidato que, aunque estuviera salpicado, ha lavado completamente su imagen.