Hemos entrado ya en el tercer mes de guerra y lo cierto es que no existen por el momento motivos que permitan abrigar el más mínimo optimismo. Por mucho que los portavoces de la OTAN nos digan que la campaña aérea está dando los resultados apetecidos y que el resquebrajamiento de las fuerzas serbias es un hecho, cualquiera puede encontrar fácilmente razones que permitan pensar que esto no es así. Ya que resulta evidente que si la situación fuera tan y tan desesperada, la solución diplomática sería sencilla y estaría a la vuelta de la esquina. Evidentemente no es así, ya que hasta la fecha todas las negociaciones "repugna la idea de negociar con alguien como Milosevic" han fracasado. Conviene, pues, hablar en serio y reconocer que, no sólo no se ha progresado, sino que las cosas van peor. No parece que haya una estrategia común sólida. Los norteamericanos no están señalando con claridad la dirección de esta guerra, lo que entre otras cosas ha motivado que últimamente se hayan empezado a escuchar las voces disidentes de los representantes del Reino Unido, Alemania e Italia que, por añadidura, han propuesto planes distintos a los trazados desde Washington. En el seno de la OTAN reina la confusión y nada podría complacer más a un Milosevic que sabe bien que el tiempo juega a su favor. Nada sería más perjudicial para los intereses de la OTAN, que la guerra se prolongara hasta las puertas del invierno. Dicen los expertos en la cuestión que un ejército como el serbio, bien aclimatado a una geografía difícil, no sería sencillamente dominado por las tropas aliadas. Y tal como van las cosas, la desmoralización no tardará en cundir. Lamentablemente, muchos empiezan a pensar que los Estados Unidos no saben muy bien cómo ganar esta guerra. Y, trágicamente, uno de los que con toda seguridad lo piensa es Slobodan Milosevic.