La situación en Timor Oriental se agrava día a día y la violencia, las matanzas y el continuo baño de sangre son moneda común en aquella región, una violencia alentada desde el Gobierno indonesio de Yakarta. Lo más grave de todo ello es que, tal vez, pudiera haberse evitado con una rápida actuación de la comunidad internacional pero, como ya ha sucedido en otras ocasiones, la indecisión propicia que una situación límite se prolongue de forma insostenible.

La ONU, tal y como había previsto en el Sáhara, tomó la decisión de llevar a cabo un referéndum sobre la cuestión de la independencia de Timor, pero ahora arrecian y con razón las críticas sobre un proceso que no ha contado con las medidas suficientes para hacer que se respete la votación de los timorenses.

Con aquella región convertida en una auténtica olla a presión era preciso no sólo que se pensara en meros observadores del referéndum, sino que incluso debería haberse previsto la presencia militar para asegurar un proceso pacífico.

En estos momentos, cuando las imágenes de los asesinatos en Timor dan la vuelta al mundo a diario, sólo es posible la presencia de una fuerza internacional de paz si lo solicita Indonesia, cosa harto improbable si tenemos en cuenta que es desde allí desde donde se alienta la violencia, o si lo aprueba el Consejo de Seguridad de la ONU.

Pero esta decisión se adoptará, si se da el caso, ya a destiempo, con unas heridas abiertas que tardarán mucho en cicatrizar y con una región asolada por continuos y sangrientos enfrentamientos.

Lo peor de todo este asunto es que la comunidad internacional vuelve a tropezar una vez más con la misma piedra y lo más grave es que esto se traduce en un continuo atropello de los derechos humanos.