El presidente francés, Jacques Chirac, se encuentra en España en una visita oficial que todos coinciden en calificar de «histórica». Nunca antes, es cierto, las relaciones bilaterales entre los dos países vecinos habían sido tan fructíferas, en especial para el del norte. Francia es, ahora mismo, el principal proveedor de mercancías para nuestro país y, a cambio, se ha convertido también en un insustituible aliado para el Gobierno español en la lucha contra el terrorismo de ETA. Nada más explícito que las últimas detenciones practicadas en la Bretaña.

El comercio, la cultura y la política han sido objeto de análisis entre los altos mandatarios de los dos países y Chirac no ha dejado de elogiar el «milagro español», es decir, el hecho de que en pocos años nuestro país haya dejado de ser un lugar pobre y triste del sur de Europa para transformarse en una nación de primera dentro del continente, lo mismo en lo económico que en lo creativo.

Quizá de cara a la opinión pública sea muy conveniente este tipo de discurso en el que el presidente de un gran país se detiene a admirar nuestros progresos. Pero bajando a la realidad hay muchas cuestiones en las que Francia sigue siendo una nación de primera, y España, no.

Sería bueno que José María Aznar tomara nota de algunos de los logros sociales de los que puede presumir Chirac. Y ahora que tiene por delante la elaboración de un programa electoral de cara a la próxima primavera, a todos nos encantaría ver reflejadas en él algunas de las ventajas de las que disfrutan nuestros vecinos del norte.

Por ejemplo, el Gobierno de aquella nación ha promovido la natalidad ofreciendo un sueldo "que ronda las cien mil pesetas mensuales" a las mujeres que opten por tener su tercer hijo. Nada menos.