En esta sociedad nuestra industrializada y tecnológica la confianza de los consumidores se basa en la certeza de que todo lo que consumimos pasa por estrictos controles de calidad y de sanidad. Pese a ello, vivimos constantes escándalos relacionados con el consumo, de forma que los ciudadanos a veces se preguntan hasta dónde llega el brazo de la ley y hasta qué punto sabemos lo que comemos. Lo último ha sido la llegada a España del «mal de las vacas locas», acompañado con casos de legionella. Y todo ello apenas unas semanas después de que se declarase la epidemia de la «lengua azul» en las ovejas de Balears.

A diario nos bombardean con titulares sobre productos transgénicos, cancerígenos, contaminación del mar, lluvia ácida, pesticidas...
En Alemania las autoridades aconsejan a los ciudadanos que compren sólo en granjas biológicas, que alimentan sus reses y huertas como antaño, con abonos naturales. De hecho, a cualquiera le resulta grotesca la idea de alimentar a una vaca con carne de oveja, cuando son animales vegetarianos. Pero en esto de la comercialización parece que todo vale, engordar al ganado a toda velocidad, desafiando las leyes de la naturaleza, cambiar la dieta natural de los animales, obligarlos a vivir en cajones con luz artificial día y noche. Quizá en casos tan extremos, lo único que ocurre es que la naturaleza reacciona contra nosotros de igual forma que lo hacemos nosotros contra ella, envenenándonos. La venta de carne de vaca ha caído ahora de forma espectacular, pero lo cierto es que la compra en establecimientos de confianza no debe suponer ningún temor para el consumidor.

De hecho, las autoridades han reaccionado a tiempo y sin duda podemos consumir todo lo que el mercado nos ofrece con total tranquilidad.