Hace unos días, cuando el mundo entero asistía aterrado a las consecuencias de la explosión de las Torres Gemelas de Nueva York, el presidente José María Aznar comentaba que estos hechos habían tenido un efecto sedante en el entorno etarra. «En el País Vasco no se mueve ni una mosca», dijo. Ojalá hubiera durado un poco más. Las ansias destructoras dormidas de los etarras despertaron ayer, en un atentado que por fortuna no ha producido víctimas, aunque sí cuantiosos daños materiales al Palacio de Justicia de Vitoria. Se trata, nuevamente, de un ataque al sistema judicial, uno de los pilares de toda democracia.

El atentado se produce sólo un día después de que el lehendakari Ibarretxe lanzara con motivo del Alderdi Eguna unas polémicas palabras en las que amenazaba con convocar un referéndum de autodeterminación en Euskadi si ETA continúa con su absurda lucha violenta y el Gobierno central insiste en su actitud. Como era de suponer, las reacciones no se han hecho esperar. Y no es extraño, porque en un mundo que hoy se une más que nunca contra el terrorismo, quizá sea prematuro, o poco oportuno, hablar de separatismo, de nuevas fronteras, de escisiones.

Claro que todo pueblo tiene derecho a diseñar su propio futuro, a ganar cuotas de autogobierno, a defender su idiosincrasia, pero no a costa del sufrimiento y el dolor de otros. En un mensaje nacionalista para celebrar una fiesta nacionalista todo vale, pero no es ésa la actitud que se espera del presidente de un país heterogéneo, integrado por gentes de todas las ideologías.

Contra el terror sólo cabe la unidad y la inteligencia. Y ahora lo único que hay que procurar es que no se repita otro atentado y, con ideas desgarradoras y no integradoras, no se conseguirá.