Cuando la palabra «guerra» está en boca de todos, quizás estamos olvidando que ésta no empieza y acaba en Afganistán. La rotundidad del conflicto desatado tras los atentados del 11 de septiembre está contribuyendo a minimizar otros que en ningún modo deben perderse de vista, entre otras razones porque ello podría contribuir a enrarecer aún más el primero, aquel que hoy polariza la atención mundial. En términos generales, cabe decir que el azote de la guerra no deja de castigar a la Humanidad. Tan sólo en lo que llevamos de año, las guerras del mundo han causado 60.000 muertos, la mayor parte de ellos en el Àfrica subsahariana, en donde países como Somalia, Angola o Burundi se han llevado la peor parte. Pero por encima de todos los conflictos, uno, el que enfrenta a judíos y palestinos "¿cuánto tardaremos en empezar a llamarle guerra?" debería centrar al presente todos los esfuerzos diplomáticos por hallar una solución razonable. Lamentablemente, la cerrazón de las posturas de las partes en conflicto, y la descarada toma de posición, ya tradicional por otra parte, de los Estados Unidos en favor de la causa judía, convierte en muy difícil el logro de ese objetivo. Las «contemplaciones» norteamericanas respecto a Israel han llegado a tal extremo que desde Tel Aviv se permiten ahora incluso hacer caso omiso a las recomendaciones de Washington. Días atrás, el secretario de Estado norteamericano tuvo que enfrentarse a la explícita negativa del representante del Gobierno israelí, en orden a que los judíos retiraran sus tropas de los territorios más recientemente ocupados. Preocupa a los estadounidenses que una Palestina progresivamente maltratada por los israelíes sea causa de un no menos progresivo distanciamiento del mundo árabe de esa frágil coalición que hoy apoya la intervención americana en Afganistán. Pero Israel no cede y aún admitiendo que USA es su gran aliado, no está dispuesto a que dicte lo que resulta de vital importancia para su propia seguridad como nación. En tales circunstancias, y con una Palestina que no renuncia a ser un Estado soberano, tan sólo una auténtica ofensiva diplomática podría contribuir a rebajar la tensión.