Nos advirtieron que la guerra contra Afganistán sería larga y cruenta, el presidente norteamericano, George Bush, incluso habló de cuatro años, y resulta que en unas pocas semanas el que parecía bastión inexpugnable de los talibán "donde fracasaron los soviéticos tras largos años de guerra" ha caído con la misma facilidad que un castillo de naipes azotado por el viento.

Lo malo es que Afganistán no era el problema, pues los talibán y sus atrocidades han estado allí desde hace mucho y nadie se ha preocupado por ellos hasta que han decidido acoger como huésped al enemigo público número uno. De ahí que la incógnita siga en pie: ¿Dónde está Osama Bin Laden?, ¿quién le protege ahora?, ¿cuándo será capturado?

Porque los talibán, vencidos y en desbandada, se han negado a entregar a su amigo terrorista, y para colmo de males la familia formada para asumir el poder empieza a mostrar más rencillas que un matrimonio mal avenido, algo significativo si pretenden hacernos creer que devolverán a su nación a una cierta normalidad después de padecer 23 años de guerra que lo han dejado en los últimos puestos en el ránking de los países más pobres de la tierra.

Aseguran los nuevos dirigentes del país que Bin Laden y su protector, el mulá Omar, tienen sus días contados, pero las fuerzas norteamericanas siguen buscando con unos sofisticadísimos medios técnicos que parecen no dar demasiado resultado.

El saudí multimillonario conoce el terreno que pisa, aunque hay quien afirma que ha sido visto en los últimos días montando a caballo en el sur del país. Quizá los nuevos líderes afganos tengan razón y se esté acercando el momento de que tanto el terrorista como sus protectores se sienten ante la Justicia.