La comunidad internacional no se rasgó las vestiduras cuando, cinco años atrás, los talibán tomaron el poder de Afganistán y convirtieron el país en una celda de tortura para millones de ciudadanos. Sólo el bombardeo de unas estatuas de piedra conmovió profundamente a la opinión pública, aunque tampoco se hizo gran cosa. Ahora la situación es muy distinta. Estados Unidos ha visto en peligro su tesoro más preciado: la seguridad, y las represalias han sido tremendas. Ya ha muerto más gente en el viejo país asiático que en los atentados del 11 de septiembre y hay cientos de detenidos. Algunos de ellos "de momento, medio centenar" han viajado a la base norteamericana de Guantánamo, en Cuba, para ser encarcelados allí. Aunque quizá su lugar debería estar en un tribunal internacional de justicia, que para eso está. En la soleada Cuba se ha habilitado una especie de campo de concentración de máxima seguridad con unas jaulas metálicas en las que los presos, acostumbrados al frío, se derretirán al sol caribeño. Las condiciones del traslado y detención son también dignas de una película de terror, aunque los norteamericanos se defienden alegando que se trata de gente muy peligrosa.

Puede ser, seguramente lo es, pero eso no está reñido con el respeto a los derechos humanos exigible en cualquier detención y proceso judicial. Al parecer la base cubana no se encuentra en territorio norteamericano, por lo que los derechos civiles que amparan al país no tienen por qué cumplirse allí. En Washington todavía no han decidido qué harán con los capturados, quién les juzgará ni por qué delitos, aunque se presume que será por cobijar y dar cobertura a terroristas islámicos.

Nada hay demasiado claro en este asunto y sólo Amnistía Internacional se ha atrevido a levantar la voz. El resto del mundo calla.