Todos sabíamos que la ampliación de la Unión Europea con diez nuevos miembros, todos ellos países menos desarrollados que nosotros, supondría un elevado coste a las naciones que, como España, se encuentran en el furgón de cola del bienestar europeo. Ahora llega el momento de saber cuál va a ser, en efecto, ese coste. Y no pintan demasiado bien las perspectivas.

Esta semana se reúnen los jefes de Estado y de Gobierno del Consejo Europeo para discutir el reparto de los llamados fondos de cohesión, que tratan de apoyar económicamente a los países menos adelantados para que puedan ir alcanzando a los punteros. Europa no es una entidad homogénea y, de hecho, son sólo un puñado las naciones que pueden considerarse ricas y un buen montón las que tienen serios déficits en algunas áreas, especialmente desde que sumamos 25.

De ahí que España se juegue mucho en esta ocasión, tanto como el futuro. Porque nuestro país ha venido recibiendo grandes cantidades de dinero -aportado por las naciones más ricas: Francia, Alemania, Austria, Holanda, Suecia y el Reino Unido- destinado a infraestructuras, medio ambiente, agricultura y pesca, lo que ha generado riqueza y empleo, aunque todavía no estemos al nivel de la élite europea. Hoy, parte de ese dinero peligra porque su destino natural, una vez que España se ha colocado en mejor posición, serán los países del Este recién incorporados a la Unión. Pero España aún necesita el dinero, y eso es lo que tiene que defender en Bruselas, algo difícil en un momento en el que las locomotoras -Francia y Alemania- pierden gas.

Es la ocasión para el equipo de Zapatero de demostrar qué clase de dirigentes son, con qué fuerza cuentan y qué importancia se les da en Europa.