Ya lo venían advirtiendo los expertos: la economía está dando síntomas preocupantes y es preciso sentarse a analizar la situación, alcanzar un diagnóstico y, sobre todo, poner remedio a los problemas que se nos vienen encima. Porque cuando hablamos de cuestiones económicas, los batacazos no suelen producirse de la noche a la mañana, lo cual es una ventaja, porque permite prever los acontecimientos y adelantarse a ellos. Cosa que, al parecer, no está ocurriendo ahora mismo en este país. Sabemos que los gobernantes suelen ser complacientes y suelen caer fácilmente en la sensación de vivir en el país de las maravillas. A dos años de su triunfo en las urnas, a José Luis Rodríguez Zapatero le está ocurriendo y se niega a contemplar los datos que invitan a la reflexión.

A las subidas tenues, pero constantes, de los tipos de interés -hay que advertir que en Estados Unidos andan ya por el 5 por ciento-, se une ahora el dato del IPC, que resulta más que preocupante. La tasa interanual se ha situado ya en el 4 por ciento, que es una barbaridad, cuando el Banco Central Europeo recomienda contenerse en el margen del dos por ciento, obviamente inalcanzable para nosotros.

¿Consecuencias? Todas ellas nefastas. El consumo privado se ralentiza al bajar la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, la competitividad de nuestros productos baja a marchas forzadas, con lo que las ventas en el extranjero caen y con ello, los ingresos de las empresas. Es una variable que, además, incide con mayor crudeza en las rentas más bajas y en quienes -hoy mayoría- están endeudados, que moderarán el consumo. Con estas credenciales, no estaría mal que el Gobierno lanzara a la opinión pública sus ideas para dar la vuelta a la tortilla.