Hay gente que confunde la sencillez con la simpleza, la bondad con la estupidez, la generosidad con la falta de mesura, mostrar con exhibir, la simpatía con la coquetería… Tal vez se deba al maltrato sistemático al que sometemos cada día a nuestro lenguaje o al empobrecimiento semántico en el que estamos sumidos. Lo cierto es que la crisis de valores, sumada al excedente del materialismo, nos lleva al aburrimiento por sobre estimulación, o lo que es lo mismo, a la falta de imaginación y de motivación. Un niño solo descubre un nuevo juego cuando tiene el tiempo suficiente para indagar en sus sueños. Un adulto solo es capaz de beberse el libro de su vida cuando se permite navegar en el tiempo libre mejor invertido de sus días. Quienes afirman que están muy ocupados para crecer mientras invierten diez horas a la semana en ser espectadores de la caja tonta, siete más en cotillear en las redes sociales y otras tantas en ocio sin magia, tal vez no merezcan sacar los pies de sus tiestos.

Hay gente que confunde ser ambicioso con ser arribista y quienes se autoproclaman hedonistas sin saber nada del padre de esta corriente filosófica. Epicúreo abogaba por la búsqueda del placer y por la supresión del dolor y de la angustia como objetivo o razón de ser de la vida. Ser feliz, buscar sentirse realizado huyendo de las teorías por las que se afirma que la vida es un valle de lágrimas, no tiene por qué convertirse en una exaltación del libertinaje. ¿Y si este filósofo griego era en realidad un asceta?

La felicidad es el estado de ánimo que todos queremos alcanzar, pero no siempre es sinónimo del olvido de la realidad ni de huida de las responsabilidades. Cuando una amiga nos cuenta que está embarazada y dos lágrimas de emoción se nos escurren de los ojos, o cuando hacemos un regalo o damos una sorpresa a alguien a quien amamos, somos realmente felices. Cuando nuestra mejor amiga consigue el trabajo de sus sueños, nos confiesa que está enamorada, un médico nos dice que ese familiar al que adoramos está curado o se termina una guerra en un país lejano del que poco sabemos, también sentimos felicidad plena. ¿Estamos siendo en estos casos egoístas?

Cuando terminamos una novela llena de vida somos felices y vaciamos una sonrisa pensando en la próxima aventura a la que pasaremos página, o en ese momento en el que cocinamos el mejor arroz de nuestra vida y vemos callar hasta a los más exigentes "críticos" ante su sabor y aroma estamos siendo hedonistas. Cuando alguien hace un comentario positivo sobre nuestro artículo de opinión de la semana, o cuando un cliente nos llama solo para darnos las gracias por nuestro esfuerzo, estamos homenajeando a ese señor con nombre de jugador de baloncesto y matasanos.

Hay gente que confunde vivir en Ibiza con rendirse a los placeres de la noche y disfrutar de la música con ser un autómata. Hay quienes te miran de reojo por confesar ser un amante del buen vino y de la buena mesa, y quienes cuando afirman que nunca caerás en determinada rampa se limitan a decirte que tiempo al tiempo, obviando que tal vez tengas la fuerza de voluntad o la convicción de no hacerlo.

Hay gente que se atreve a criticar y a juzgar sobre temas que desconoce o de situaciones personales que jamás ha vivido y quienes, por el contrario, escuchan con el conocimiento de los sabios que son conscientes de que el mejor bálsamo a veces es, simplemente, dejar hablar.

El refranero español está de capa caída y quien bien te quiere no te hará llorar, para presumir no hay que sufrir y no hay Dios que te ayude a veces aunque madrugues. Hay gente que confunde ser culto con ir de cultureta o ser moderno con ser, simplemente, un hortera racional.

Están los que dudan de que se puedas no ser de izquierdas ni de derechas, porque nunca han intentado escribir con las dos manos, y quienes llevan consigo una etiquetadora con la que marcan a quienes les rodean sin molestarse en conocerlos a fondo. Son los mismos que llevan en su diccionario personal una ristra de palabras escuetas, burdas y poco específicas, incapaces de terminar este artículo y de reconocerse en alguno de sus párrafos. Hay gente que simplemente confunde y que nunca reconocerá que está confundida.