Estamos en plena Segunda Guerra Mundial, la corte del Rey Pedro II de Yugoslavia huye, y yo me voy con lo que queda de mi mundo. Me llamo Smilja Constantinovich, cierro la puerta de casa y sé que nunca volveré.

Tengo 23 años, y nadie podría adivinar que yo acabaría reinando en Ibiza, nadie ni la Providencia podría saber mi destino, pues ese destino en los años cuarenta aún estaba por inventarse. Ibiza es sólo una de las muchísimas islas que tiene el Mediterráneo, y si me dicen, en ese momento, que mi vida acabaría allí, ¡me lo habría tomado como un destierro!
Sí, supongo que ya lo has adivinado, soy la Princesa Smilja Mihailovich, aunque aquí, en Ibiza, me conocen como la Princesa, a secas y sin más explicaciones.

Antes de llegar aquí, recorrí ciudades y puertos europeos. Me casé con un diplomático, del que tomé el apellido, y fui amante de mi Rey, el cual, en compensación me concedió el título de Princesa en 1945. De todos era conocido que el matrimonio del Rey con la Princesa Alejandra de Grecia, era una tormenta por las constantes amenazas suicidas de su esposa, y yo estuve allí para calmarle.

Sí, sé que me discuten el título, pues no consta en los foros nobiliarios tal credencial, ¡pero qué más da! Se puede nacer princesa o portarse como tal, y eso último nadie me lo discutirá.

Los años pasaban y en 1960 mi equipaje seguía siendo breve. Había demasiados príncipes exiliados en la vieja Europa, incluso algunos emigraban a América para que algún magnate se deslumbrara con sus títulos, y se casaran con ellos. Debía mover ficha y buscarme la vida. Me hablaron de Ibiza, un paraíso de libertad que se estaba poniendo de moda entre la alta sociedad, ¿y si probara suerte allí?

Sé que toda comparación es odiosa, pero hasta el propio Archiduque Luis Salvador de Austria, si se hubiese quedado en Viena, sólo habría sido un archiduque más entre todos los Hansburgo de la corte. Fue su decisión vivir en Mallorca, lo que lo convirtió en “s´Arxiduc”, el único. En fin, si quieres hacerte valer, emigra a un lugar donde tú seas el único de tu especie.

Llegué y envolví mi pasado de tules de misterio, esos mismos tules que luego darían lugar a la moda Adlib , de la que fui promotora en 1971. La moda Adlib fue un invento estudiado y apoyado por el comité que se creó para tal fin. Un invento que no sólo dio beneficios económicos, sino que consiguió unir culturas que vivían en tolerancia, pero que no se mezclaban. Es lógico que aquellas telas unieran a propios y extraños, pues los nuevos en la isla no nos la apropiamos, sino que la seguimos potenciando como puramente ibicenca.

Y mi principado en Ibiza fue una fiesta, viví y reiné los mejores años. Fui lo que Alfonso de Holenlohe a Marbella o Rainiero y Gracia a Mónaco.

Quién diría que de los cafés provincianos serbios acabaría en la barra de la mítica Ku, y entre tanto participaría en las ‘Lunas de hiel’ de mi adorado Polansky.

Año 2015, han pasado más de veinte años del día en que me hallaron muerta en mi casa de Ibiza, mientras me preparaba para ir a una fiesta más. Menos mal que fallecí antes de inventarse Google, pues mi vida sin el misterio que la rodeaba no habría podido ser.