La idea de que Eivissa está exenta de contaminación, como si el dios Bes tuviese algún poder sobre los vertidos ilegales en el mar, hay que quitársela definitivamente de la cabeza; si es que alguien aún la tiene... Yo la tuve, durante mucho tiempo; me gustaba tenerla: creía que las aguas ibicencas iban a ser siempre transparentes; los cielos, azules en una juventud perenne. Pero la realidad es tozuda, y, por mucha ilusión que le pongas… Hoy Eivissa no es un paraíso. Ni si quiera se parece a un paraíso.

¿Nostalgia?... Sin duda. Y una buena dosis de destrucción del medio natural, especulación, construcción, masificación y barbaridades de muy diversa índole. Quizá algún urbanita, llegado a Eivissa en los últimos diez años, piense que ha encontrado el paraíso. Lo celebro. Sin duda, lo habrá encontrado si compara Eivissa con la playa de la desembocadura del Llobregat: los paraísos no dejan de ser una cuestión relativa. Sin embargo, si comparamos esta Eivissa con la de los años 70 u 80 o incluso los 90, la actual sale perdiendo por goleada; y mejor no compararse con destinos como Menorca o Formentera, que han aguantado la presión mucho mejor. ¿Somos más ricos y más guapos que antes?... Algunos seguro que sí… ¿Usted vive mejor que antes?...

Aún hay algunos turistas que se creen el cuento: piensan que han llegado al paraíso. Las postales nunca enseñan el lado oscuro de la marca Ibiza. Cosa distinta es la percepción que tienen cuando se van del “paraíso”. Vean, si no, el último estudio de la Fundación Gadeso al respecto (julio del año pasado); los turistas ponen nota, del 0 al 10, al entorno medioambiental: Menorca, un 6,7; Formentera, otro 6,7; Eivissa… un 4,2. Caramba, ¡si nos han cateado!... Los turistas tienden a ser crédulos, no porque de natural sean tontos, sino por ignorancia del lugar donde han caído, por falta de datos.

Sin embargo, la credulidad (y también la credibilidad) tiene unos límites: en algo debe parecerse la realidad a la foto. No todos los turistas son tan borregos como para amontonarse delante de la puesta del sol, mientras les cobran un riñón y los dos testículos por una cerveza, y creerse que están viviendo una “experiencia única”. Debe de haber algunos que se sentirán, simplemente, estafados.

Para el día en que pasemos de moda (cosa que, tarde o temprano, va a suceder), deberíamos empezar a invertir de forma seria en la recuperación de nuestro entorno: en la calidad de las aguas, en la mejora del entorno urbano, en la limpieza de calles, en la mejora del paisaje, en la lucha contra la contaminación acústica… El éxito de Eivissa no es mérito de las discotecas ni de los hoteleros; no es mérito del Space, ni de Pacha, ni del Ushuaïa. El éxito de Eivissa, incluso el actual, proviene del paraíso que fue la isla; es deudor de lo que significó Eivissa; y, también, por supuesto, de la belleza que tuvo (que aún retiene en parte), del sol y de sus playas. Eivissa no le debe nada a las discotecas o a los hoteleros: son ellos, si acaso, los que están en deuda con la isla.

Pero, más allá de nuestra realidad como destino turístico, yo prefiero pensar en Eivissa como un lugar donde vivir, como mi casa. ¿Llenaría usted de basura su casa? ¿Lanzaría una mezcla de orines, plásticos y aceite sobre su sofá? ¿Dejaría que se desconchasen las paredes, que se levantasen las baldosas del pasillo?... Entonces, ¿por qué dejamos que eso pase en Eivissa?...

A mí me da igual si lo que se invierte en medio ambiente es gracias a la ecotasa, como defienden por la izquierda, o si se deberían gestionar mejor los impuestos, como defiende la derecha. Me da igual porque ni con una cosa ni con la otra (ni con las dos sumadas) tenemos ni para empezar. Lo de la ecotasa es la típica cortina de humo. Solo para mantener y vigilar lo poco que nos queda, sería necesario invertir mucho más de lo que se pretende; además, por supuesto, de asumir el desarrollo urbanístico cero. Eivissa ya no es un paraíso y no volverá a serlo nunca. Sin embargo, podría ser aún un buen sitio donde vivir y pasar unas vacaciones. De hecho, yo creo que esas dos cosas no son tan distintas; tendemos a separarlas y es un error: si los que viven en Eivissa se encuentran satisfechos, los que lleguen de fuera también se encontrarán a gusto.

El dios Bes, ese que nos dio nombre (Ibosim, Ebusus, Yebisah, Eivissa, Ibiza…; es decir, “isla de Bes”), no tiene poder sobre la contaminación; ni siquiera tiene poder ya sobre las serpientes (el norte de Eivissa está lleno), y eso que ahuyentarlas era una de sus especialidades... Si queremos detener la degradación de Eivissa, será mejor dejarse de dioses y encomendarse a nuestra propia resolución.