Señores. Me marcho de vacaciones desde este mismo viernes hasta el 24 de agosto. Sí, ya se que no les importa lo más mínimo lo que haga yo con mi vida pero tenía que decirlo. Me voy de vacaciones con todas las consecuencias, es decir, que «huyo» hacia la Península. Respeto que los millones de personas llegadas a las Pitiüses de todos los lugares inimaginables de España, Europa y el Mundo Mundial no lo entiendan pero es así. Yo, cuando llega agosto busco escapar de este paraíso que se llama Eivissa.

Lo cierto es que soy un bicho raro que busco todo lo contrario al resto. Soy de esos que prefiere las fiestas de mi pueblo, Adobes, entre Guadalajara y Teruel, con orquesta en la plaza, barra con bebidas a un euro, fiesta de disfraces, comida de hermandad en torno al cañuelo y reencuentro de primos, a esos beach clubs de las playas de Eivissa con desayunos a base de ostras y Moët Chandon o discotecas repletas de locos por escuchar a los últimos grupos y djs de moda. Sí, lo confieso. Soy de esos tipos extraños que prefiere una playa del norte o del sur de España (no entiendo de nacionalidades ni distinciones idiomáticas), la magnífica sonrisa de mi mujer, los animalitos, los prados verdes, los acantilados escarpados o las playas con olas, a las calas de aguas transparentes como las de Eivissa, repletas de barcos anclados a escasos metros de la orilla, música a todo volumen o vendedores ambulantes de todo tipo y condición. Sí, confieso mi culpa. Soy de esas personas que buscan turismo cultural o de mochila y ayuda al prójimo que de tiendas exclusivas en la milla de oro ibicenca, restaurantes de a mil el cubierto o yates anclados en un muelle con la única intención de presumir sobre quién lo tiene más grande. Sí, señores, lo siento. Soy raro y huyo de Eivissa cuando medio mundo ahorra todo el año para disfrutar de nuestras bondades. Unas bondades que, lo siento, no son las mías. Nos vemos en septiembre, donde mi querida isla vuelve a recuperar todo aquello que me enamoró.