El pasado lunes los ibicencos celebramos el Vuit d’Agost en memoria de aquellos catalanes que llegaron pronto hará ocho siglos a nuestra isla para arrebatársela a los moradores de fe musulmana que entonces habitaban la isla. Una fecha que nos queda lejos pero que a lo largo del tiempo hemos mantenido muy viva en nuestra memoria e imaginario colectivo, y la ciudad de Eivissa es un claro ejemplo de ello. Empezando por la réplica de la tumba del arzobispo Guillem de Montgrí, el principal impulsor de la conquista, y acabando por la calle dedicada a Joan Xicó, el leridano que según la crónica del rey Jaume I fue el primer en entrar en la triple muralla árabe de la ciudad de Yabissah. Como viene siendo habitual en los últimos años, me tocó cubrir la celebración de los actos que por la mañana se llevaron a cabo en Dalt Vila, entre ellos la misa oficiada por el obispo de las Pitiüses que por segundo año consecutivo no contó con la presencia del alcalde de la que se supone es la capital de la isla y desatendiendo a sus funciones de representatividad que se le exigen como primer edil que es. De hecho, la representación del equipo de gobierno se limitó a las concejalas Mariví Mengual y Estefanía Torres, que seguramente fueron las que perdieron a los chinos cuando los diferentes regidores se jugaron quién iba o no a la Catedral. En definitiva, un desprecio mayúsculo a la celebración del Vuit d’Agost. Porque aquí, reconozcámoslo, de lo que se trata es de hacer de menos a la Iglesia con la excusa del ateísmo, cuando todos sabemos que si el Dalai Lama pisara esta isla todos los que el lunes se esperaron a que la procesión llegara a Can Botino para unirse a las celebraciones estarían dando palmas con las orejas y serían los primeros en arrodillarse ante el líder espiritual tibetano.