Estamos celebrando la fiesta del Bautismo de Jesús. Con esta fiesta finaliza el tiempo litúrgico de Navidad. El pasado domingo, en la Epifanía del Señor, vimos en la adoración de los Magos, que Jesús no vino al mundo para salvar solamente al pueblo de Israel, el Pueblo elegido, sino que vino para la salvación de todos los pueblos de la tierra.

El pueblo judío se vanagloriaba por considerarse descendiente legítimo de Abraham. Creían los judíos que solamente ellos eran los predestinados a recibir la salvación de Dios que traería el Mesías.

Juan Bautista, el hijo de Zacarías e Isabel, recorría toda la región del Jordán, predicando un bautismo de penitencia, y para remisión de los pecados, y la necesidad de una conversión interior. El pueblo hebreo pensaba que a lo mejor Juan era el Mesías. Juan dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene quien es más fuerte que yo. El os bautizará en Espíritu Santo y en fuego. El Bautista proclama que él no es el Mesías; pero predica con sus palabras y con su ejemplo las exigencias morales del Reino mesiánico.

Con caridad, pero sin miramiento humanos, sin respeto humano, por defender la justicia, fue encarcelado por orden del Tetrarca Herodes en el castillo de Maqueronte, situado en la parte septentrional de Judea. La Iglesia recuerda en su liturgia las tres primeras manifestaciones solemnes de la divinidad de Cristo: la adoración de los Magos, el Bautismo de Jesús, y el primer milagro que hizo el Señor en las bodas de Caná.

En el bautismo de Cristo se encuentra reflejado como actúa el Sacramento del Bautismo en el hombre. Tuvo lugar la Teofanía. Se manifestó el misterio de la Santísima Trinidad. Bajó sobre Jesús el Espirítu Santo en forma corporal, como una paloma y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres el Hijo mío, el amado, en ti me he complacido. El sacramento del Bautismo, de institución divina como los demás sacramentos, al recibirlo el Padre celestial nos adopta como hijos muy queridos.

Jesús dijo a Nicodemo: El que no nazca de nuevo no puede entrar en el Reino de los cielos: Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu. El nuevo nacimiento maravillosa realidad por el agua y el Espíritu Santo al recibir el santo Bautismo.

Si algunos padres no bautizan a sus hijos, o dicen que lo realicen, si quieren, cuando sean mayores, les privan de un bien inmenso. Demos gracias a Dios y a nuestro padres por el Santo Bautismo.