Jesús nos enseñó lo que debemos pedir con el Padrenuestro. Insiste en que pidamos con fe lo que necesitemos. En el Génesis vemos como, por la oración de Abraham, Dios está dispuesto a perdonar a los habitantes de Sodoma. El Señor nos dice: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamado y se os abrirá». Una de las notas esenciales de la oración ha de ser la constancia confiada en el pedir. Hay que perseverar en la oración. En la primera petición del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre», pedimos que Dios sea conocido, amado, honrado y servido de todo el mundo. Esto significa que los infieles vengan al conocimiento del verdadero Dios. Que los pecadores se conviertan y los justos perseveren en el bien. La oración cuando se hace en las debidas condiciones siempre es eficaz. Hay personas que afirman que han pedido al Señor algo muchísimas veces y no han recibido nada de lo que solicitaban. Que a lo mejor Dios ya está cansado por nuestra insistencia. No es así. El Señor nos anima a no decaer en nuestra petición constante a Dios. Es necesario perseverar, aunque nuestra oración parezca estéril. Si a veces nuestra oración no alcanza lo que pedimos a Dios, es porque no oramos con fe. Dios nunca ha denegado ni denegará a los que le piden sus gracias debidamente. La oración es el gran recurso que nos queda para salir del pecado, perseverar en la gracia, y mover el Corazón de Cristo hacia nuestra necesidad espiritual o temporal. En la oración dominical, que Jesucristo nos enseñó, lo primero que le decimos a Dios es Padre. El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que encarnándose, muera por nosotros y nos redima. Dios Padre amoroso nos atrae suavemente hacia El mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones. La gran promesa que Cristo hace a sus discípulos es el don del Espíritu Santo. El Señor anunció a sus discípulos que rogará al Padre y les dará otro Consolador para que está con ellos siempre( Jn. 14-16). Jesús ha mantenido sus promesas: ha resucitado, ha subido a los cielos, y, en su unión con el Eterno Padre nos envía el Espíritu Santo para que nos santifique.