Te desnudas de cintura para arriba y pones los pies juntos y justo ahí, en la señal. «Por favor, no se mueva».

Unas manos agarran tu pecho y lo colocan en una superficie fría. Baja la placa y te aplasta la mama hasta el punto de quedar atrapada sin compasión.

Ni el frío ni el dolor calman tu mente en esos momentos, que para nada está contigo en la sala de radiografías. Porque lo que está pasando por tu cabeza en esos momentos es sólo un ruego: que esté todo bien.

A veces una mamografía rutinaria descubre que el bicho está creciendo dentro de ti. Silencioso, sin hacer mucho ruido al principio. Sin que lo notes, ni lo sientas. Un veneno que se propaga con cada una de tus respiraciones y con cada latido de tu corazón. Entonces la noticia te atropella como un tren de cercanías.

El hospital de Can Misses cuenta ahora con un mamógrafo y un ecógrafo de última generación, con tecnología tridimensional. De esos que seguramente salvarán más de una vida.

Y ha sido el señor Amancio Ortega, a través de su Fundación, quien lo ha donado. Un señor que seguramente no tenga otra cosa que hacer ahora mismo que ver pasar el tiempo.

Ese tiempo que regala a todas aquellas mujeres que serán diagnosticadas a tiempo de poder sobrevivir al cáncer. Hay quienes critican a este señor por ser quien es, y no voy a entrar a debatir en si tienen más o menos razón o si les sobran los motivos, como decía Sabina.

Pero no puedo comprender, por muchos motivos que me pongan delante, que alguien pueda estar en contra de que una persona regale tecnología avanzada a hospitales públicos para regalar tiempo a quien podría estar sentenciado.