Una de las noticias más leídas durante estos días está relacionada con el trabajo de cajera de supermercado. Las redes se están posicionando a favor o en contra, en rojos o azules, en blancos o negros, algo tan habitual en este país, sobre si una persona que ha sido cajera de supermercado puede ser ministra del Gobierno. Para empezar debo dejar claro que me parece un puesto de trabajo más que digno, pero reconocerán que resulta un mérito insuficiente para tener una silla en el Consejo de Ministros. Irene Montero tiene otros valores académicos (una carrera universitaria, un máster, y una beca en Harvard que rechazó para hacer carrera política en Podemos) pero curiosamente ha olvidado incluir en su currículum que ha sido cajera de supermercado, un trabajo que, según ella misma ha contado en twitter, ha sido clave para ejercer su actual trabajo como ministra. Sin embargo, Irene Montero ocultó que había sido cajera y no lo incluyó en su currículum que hizo público al acceder al Gobierno.

Evidentemente los tiempos han cambiado, pero antes los ministros llegaban al cargo con una amplia trayectoria profesional, y casi siempre exitosa. Había abogados del Estado, ingenieros, médicos, notarios, que al dar el salto a la política perdían dinero, mucho dinero, y al acabar su etapa política regresaban a su despachos. No les ataba nada a la política más que su propia ambición. Hoy, en cambio, tenemos en nómina a muchos políticos que nunca han cotizado lejos de la política, que van de cargo en cargo hasta el final de su vida laboral, y a mí eso me parece peligroso. Y no solo es culpa de los nuevos políticos, sino de los partidos que lo han fomentado, que prefieren afiliados dóciles, sin oficio ni beneficio, que militantes preparados y con independencia económica y profesional. Por eso a los nuevos políticos les avergüenza decir que nunca han trabajado al margen de la política. Y si llegan a ministros, mucho más.