La pandemia de la COVID-19 acelerará la instauración y uso de sistemas biométricos, en detrimento de los táctiles. Se trata de una técnica más avanzada en cuanto a experiencia del usuario y nivel de seguridad. En la última década se ha producido un crecimiento exponencial del uso de tecnologías biométricas como la huella digital o el reconocimiento facial. La tecnología biométrica lleva tiempo postulándose como la gran alternativa de las tarjetas de acceso o contraseñas en un teclado numérico. En el caso de las contraseñas, la media de claves por persona es de 25, lo que hace inviable recordar tantas. Ello ha provocado que las claves más utilizadas del mundo sean ‘1234’ y ‘contraseña’. Con la biometría, nunca se nos olvidará llevar encima nuestra huella dactilar o nuestro rostro para el reconocimiento facial. No dependeremos de nuestra memoria. Las técnicas biométricas más conocidas están basadas en los siguientes indicadores: rostro, termograma del rostro, huellas dactilares, venas de las manos, geometría de la mano, iris, patrones de la retina, voz y firma. Continuamente aparecen nuevos dispositivos biométricos con técnicas de autenticación más avanzadas. Es el caso del sistema que desarrolla Amazon que posibilita que los usuarios de tarjetas de crédito puedan pagar en tiendas utilizando la palma de su mano. Pero la identificación biométrica tampoco es la panacea. Existen también los llamados fraudes biométricos. Por ejemplo, sí que es posible reproducir huellas dactilares utilizando silicona, o emplear máscaras para suplantar a otra persona. Entonces, ¿qué sistema es mejor? Por norma general, tendemos a pensar que los sistemas biométricos son más fiables. El punto dulce está en la combinación de elementos de autenticación. Un acceso protegido con la combinación de contraseña (robusta) e identificación biométrica reduciría una gran cantidad de riesgos.