Desconozco si de esta crisis saldremos mejores, peores o iguales. La única certeza que albergo es que de ella podemos extraer numerosos aprendizajes. Más allá de haber constatado la necesidad de un sistema de salud público, de calidad, universal y gratuito, a nivel local podemos sacar muchas conclusiones que hasta ahora tal vez habían permanecido en el rincón del olvido. El COVID-19 ha probado la fragilidad de una economía que alberga su único sustento en la misma industria y que pone todos los huevos en la misma cesta. Un solo tropiezo ha podido tumbar de un plumazo la cesta, empujando al desamparo a miles de trabajadores.

El turismo es y será nuestro mayor sustento y no hay que tratar de destruirlo como pretenden algunos ilustres ignorantes que durante estos meses deben haber comprobado lo nocivas que son sus majaderías turismofóbicas. Debemos mejorar nuestra oferta para atraer una demanda de mayor calidad que no sature la isla, gaste más y lo distribuya mejor. En esta complicada ecuación el sector primario juega un papel fundamental. Disponemos de un patrimonio natural con unas posibilidades agrícolas exclusivas que no encuentran competidor a su paso. Me estoy refiriendo a nuestras variedades locales y a los otros cultivos que brotan de nuestra tierra. Ibiza tiene que vender su diferencia no sólo por tener la mejor oferta de ocio del planeta, sino por la gama de productos locales de extrema calidad que no podrán encontrar nuestros visitantes en otros destinos. Si esta exclusividad es aprovechada por el sector hostelero, ello supondrá un beneficio directo para ellos y para nuestros agricultores, ganaderos y pescadores, incidiendo también de manera muy positiva a nivel paisajístico. Diversificando: entorno, paisaje y economía saldrán victoriosos.