Podemos está degustando el amargo sabor de las malas artes que antaño empleó para escupir sobre la casta política a la que ahora pertenecen. Accedieron a las instituciones gracias a un contexto social muy caldeado y un discurso populista tan infumable como soporífero que se les ha vuelto en contra. Pensaban que bastaba con pegar gritos en las plazas, acudir a las tertulias televisivas para soltar sus soflamas lacrimógenas, fruncir mucho el ceño y dejarse el pelo largo; pero la política es más que eso: es la disciplina que te eleva a la misma velocidad que te dilapida. Iglesias está teniendo la misma conducta que él mismo criticaba de otras formaciones y por ello ahora su partido está imputado por presuntos delitos de financiación irregular y malversación de caudales públicos. Cuando eran otros los que estaban en el blanco de la diana, se apresuraba el vicepresidente en soltar toda su bilis condenando sin proceso y exigiendo dimisiones. Él era fiscal, juez instructor y tribunal sentenciador a la vez porque se creía con la verdad absoluta. Ahora parece haberse dado cuenta de las bondades de un sistema garantista que proclama la presunción de inocencia y se revuelve en el barro hablando de complot judicial y de lawfare. Piensa que su mejor defensa es un ataque a los jueces, pero ello sólo constituye un burdo intento de tapar las graves acusaciones que pesan sobre el partido del gobierno. La verborrea no le servirá esta vez para ocultar los trapos sucios que su propio abogado está desvelando. A medida que pasa el tiempo, el espacio parlamentario que ocupa Podemos es más pequeño y sus escándalos más grandes. Venían a asaltar los cielos y se han dado de bruces contra el suelo, toca ver si sabrán recuperarse de la herida. Mientrastanto, Sánchez calla y sonríe. Tic-tac…