Jesús nos dice en el Evangelio de este cuarto domingo ordinario, que va a la sinagoga de Cafarnaún para predicar su Doctrina. Sus oyentes quedaban admirados porque hablaba con autoridad.

La sinagoga era y es el lugar en el que los judíos se reúnen para escuchar la lectura de la Sagrada Escritura y rezar. Cuando, por ejemplo, hablaba de las Sagradas Escrituras se distinguía de los demás maestros, pues hablaba en nombre propio. El Señor trata de los misterios de Dios y de las relaciones entre los hombres explicando con sencillez y con potestad. Los escribas enseñaban también al pueblo lo que estaba escrito en Moisés y en los profetas. Jesús hablaba, además, primero haciendo y después diciendo, y no como los escribas que dicen y no hacen. El Evangelio presenta varios relatos de curaciones milagrosas; destacan las curaciones de algunos endemoniados. La victoria sobre el espíritu inmundo-nombre que se daba continuamente al demonio-, al vencer Jesús al demonio se revela como el Mesías, el Salvador. El Evangelio presenta varios relatos de curaciones. En ellos destacan las de algunos endemoniados. En la sinagoga, un hombre poseído de un espíritu inmundo decía a gritos: «¿Has vendido a prendernos? ¡ Sé quién eres tú, el santo de Dios!» Jesús le dijo: «Calla y sal de él». El espíritu maligno, zarandeándolo, salió de él. La fama de Jesús corrió pronto por doquier en toda la región de Galilea. Las palabras y los hechos de Jesús transparentan en algo superior, un poder divino que llena de admiración y temor a quienes le escuchan y observan. El Vaticano enseña que la Revelación se hace con hechos y palabras íntimamente unidos entre sí. Las palabras esclarecen los hechos; los hechos confirman las palabras. Así Jesús revela progresivamente el misterio de su Persona; primero los agentes aceptan su autoridad, y los Apóstoles, iluminados por la gracia de Dios reconocerán después la raíz última de su autoridad. «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). También San Pedro nos dice: Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar, resístidle firmes en la fe (l ª Pedro 5,8-9).

No lleguéis a pecar, que la puesta de sol, no os sorprenda en vuestro enojo. No dejéis resquicio al diablo (Ef. 4, 26-27)