Las riquezas pueden seducir tanto a quienes ya disponen de ellas como a aquellos que desean ardientemente poseer. Por eso, la paradoja: Hay pobres ricos y ricos pobres. Los Apóstoles preguntan al Señor: «¿Quién podrá salvarse?». Con medios humanos, imposible. Con la gracia de Dios, todo es posible. Por otra parte, no poner la confianza en las riquezas supone que el que tiene bienes en este mundo debe administrarlos bien sin olvidarse de ayudar a los más necesitados. ¿Estamos dispuestos, según nuestras posibilidades, a sostener con nuestro dinero las obras y las empresas organizadas en favor de los más necesitados? Como Cáritas, Cruz Roja, Manos Unidas…

El pasado domingo celebramos el Domund, el día de las Misiones. Las colectas extraordinarias de todas las misas se entregan para ayudar a los misioneros y misioneras, en la gran obra de Evangelización para realizar su trabajo en lugares donde falta hasta el agua potable, medicinas y, sobre todo, amor en acciones hacia los más pobres. El que tiene mucho puede ayudar mucho; el que tiene poco, ayuda menos. Una persona me entregó un pequeño donativo para los pobres y me decía: «Yo también soy pobre, pero hay otros que lo necesitan más». Lo que hagamos por amor a Jesucristo, hagámoslo siempre con alegría y con amor, recordando las palabras de Jesús: «Todo cuanto hiciéreis por uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicísteis».

En el Evangelio de hoy, Jesús anuncia por tercera vez la Pasión. «Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas lo condenarán a muerte, y lo entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, pero a los tres días resucitará». El amor de Cristo hacia todos nos conmueve. Y si el amor se paga con amor, todos los días, debemos amar al que por nosotros murió y resucitó y vive para siempre. Alabado sea Jesucristo. El mensaje fundamental del Evangelio de hoy es el amor a Dios y el amor al prójimo.

No nos damos cuenta del bien que podemos y debemos realizar por amor de Dios en cosas pequeñas, quizás insignificantes para nosotros, como por ejemplo, saber escuchar, dar ánimo al que vemos necesitado de ayuda espiritual y material. Todos podemos hacer la vida más agradable, más confortante a los que sabemos que lo pasan muy mal. Pongamos en práctica las Bienaventuranzas. No olvidemos que todo es posible para los que tienen fe y amor. Recordemos que Cristo en el Sagrario nos espera a todos. No dejemos pasar la ocasión de visitarlo, estar un rato en su divina presencia, porque el que ama de verdad se alegra de estar junto al Señor. Los cristianos que precian de su dignidad de discípulos de Cristo deben vivir con inmensa alegría la unión con Dios y con los hermanos.