Boris Johnson. | UK PARLIAMENT/JESSICA TAYLOR

Desde hace unos días el patio anda bien revuelto a cuenta de la fiebre de viernes noche del díscolo Boris Johnson y su troupe del 10 de Downing Street. Visto el personaje, ¿a alguien le extraña o sorprende los episodios semanales para evadirse del confinamiento? En tiempos de estado de alarma el que más y el que menos hacía un break para compartir una cerveza o un vino con pincho de tortilla, cacahuetes o lo que se terciase una vez a la semana. El problema es cuando la copa de vino o los pelotazos te los metes fuera de hora, saltándote el toque de queda e incumpliendo las restricciones. Y el asunto es todavía más grave cuando el que lo hace es el primer ministro del Reino Unido o la presidenta de... pongamos por caso, el Govern balear.

Estos días, medios de comunicación, tertulianos y comentaristas varios en redes sociales claman por la cafrería de BoJo. En el affaire Johnson lo tienen claro: el primer ministro debe dimitir. Y ya tarda. Eso sí, sorprende la claridad de ideas y vehemencia que muestran algunos a la hora de pedir la cabeza de Johnson desde aquí. Y lo más llamativo es que muchos de ellos son los mismos que hicieron mutis por el foro tras ventilarse la velada de gin tonics protagonizada por nuestra presidenta Francina Armengol. Durante un año el Hat Bar fue el local más célebre de la pandemia. El silencio de los corderos también se impuso con la sucesión de denuncias de escabrosos casos de corrupción de menores en centros gestionados por el Govern. Ley del silencio y mirar a otro lado por parte de personajes que ahora claman y piden responsabilidades por los casos denunciados en la Comunidad de Madrid. Esa anomalía con forma de doble vara de medir que algunos personajes y medios dominan a la perfección y a su antojo.