Una imagen de un pleno del Consell d'Eivissa. | Daniel Espinosa

Suenan campanas que anuncian la inminente convocatoria de unas elecciones locales y autonómicas en las que, si hay algo claro, es que no hay nada claro. Ni Armengol, ni Vicent Marí, ni Rafa Ruiz lo tendrán fácil para aguantar sus plazas por la fragmentación del voto y por las secuelas que la pandemia pueda provocar en el comportamiento de los electores.

VOX sabe que tiene una oportunidad de oro para ser determinante a la hora de conformar gobiernos. En Castilla y León la han sabido aprovechar y, a pesar de tener las carteras de menor trascendencia, se prodigan marcando perfil político y evitando ser juzgados por la gestión del gobierno.

Vicent Marí se enfrenta al reto de obtener un conseller más o quedarse con los 6 que tiene, dependiendo entonces del previsible conseller que la formación de ultraderecha espera obtener. Mientras tanto, en Vila Ruiz lo tendrá muy difícil tras una legislatura de continuos escándalos y una gestión que ha causado mucha indignación a pesar de su propaganda. A falta de conocer el candidato que presentará el PP, en redes sociales se aprecia un inusitado servilismo que rinde pleitesía a sus superiores con la esperanza de ocupar un codiciado puesto en la lista electoral que permita una vida placentera a costa de un suculento sueldo público.

Tenemos una generación de políticos que ansían el rédito personal, lejos del interés general. Su afán reside en las prebendas económicas y en la posibilidad de ocupar una butaca privilegiada en los palcos futbolísticos y en los eventos sociales. Por esta razón, las listas se llenan de incompetentes, en lugar de profesionales y gestores eficientes. Son pocos los que tengan una profesión estable y rentable los que quieran sumergirse en un barro político contaminado por la inoperancia. Y así nos va.