Una niña meditando frente al mar. | Imagen de Dimitris Vetsikas en Pixabay

Habitualmente se dice que la escritura, la lectura y las matemáticas son los pilares fundamentales en educación pero investigadores en el campo de la neurociencia, como el estadounidense Daniel J. Siegel, entre otros, hace años que propusieron otra enseñanza que debería ser básica: la función reflexiva.

Desarrollar esta capacidad hace que tengamos un mayor autoconocimiento y, por tanto, podamos regular mejor nuestras emociones, ser más tolerantes con nuestros estados mentales y con los de los demás. También ayuda a regular nuestra impulsividad, algo que en la sociedad del consumismo es un gran dote, y a tolerar mejor la frustración y la espera por aquello que deseamos. Pero ¿cómo se puede desarrollar esta capacidad? Poniendo atención plena al momento presente. Vivimos en modo ‘piloto automático’, ocupándonos de nuestras cosas con muy poca conciencia de los detalles. No prestamos atención a lo que está ocurriendo en cada momento a nuestro alrededor y esto hace que en la era del internet y de la conexión mediante redes sociales o mensajería instantánea, realmente estemos desconectados de lo que nos sucede. En 1990 el profesor en medicina Jon Kabat-Zinn después de haber realizado investigaciones a personas que practicaban meditación en oriente y ver los beneficios que esto tenía, trajo estos conocimientos ancestrales en forma de ciencia a occidente y lo llamó mindfulness. Su propuesta era instaurarlo en las aulas para que los niños crecieran con todos sus beneficios. Aunque cada vez estamos más familiarizados con el término y aparecen nuevas terapias relacionadas con la meditación, hace 30 años que el mindfulness se presentó en occidente con estudios que afirmaban que su práctica tiene mejoras notables en el alumnado y todavía no se contempla un plan serio de implantación en las aulas. Dalai Lama decía que si le enseñamos a meditar a cada niño de nueve años, eliminaríamos la violencia del mundo en una sola generación.