Una copa de vino. | Imagen de Aline Ponce en Pixabay

Cuando un bandido os persiga a tiros, lo mejor es huir en zig-zag. O al menos eso recomendaba el gatopardo mallorquín, Lorenzo Villalonga. Pero ¿cómo evitar las intragables ruedas de molino que imponen tantos pulgarcitos tribales?

Las recientes declaraciones de los políticos catalanistas, negándose a ofrecer siquiera un 25% de clases en español, muestran nulo seny. No parecen mediterráneos, recuerdan a otras latitudes más intransigentes por su escaso cocktail racial.

El español, gallego, catalán, francés, provenzal, italiano, napolitano…. son dialectos del latín que han evolucionado diferentemente, según el grado de dulzura de las uvas doradas o la acidez de las aceitunas. El genius loci, o sea.

Pero los políticos actuales tienen muy mal vino y se han pasado a la mantequilla, pues están todo el día tratando de joder a sus gobernados.

Tanto PP como PSOE son culpables de la delirante situación al pactar con insaciables nacionalistas antes que entre sí. Y con Sánchez la yegua se ha desbocado.    Si aumenta el gasto en Defensa para que no le ninguneen en la próxima cumbre de la OTAN, ¿qué no hará para satisfacer a sus socios espiados? «Que lo arreglen los que vengan después», se dirá la vedette más voluble del Reino.

También hay problemas para estudiar en español en Baleares, Valencia o Galicia. ¡Manda tanto mentecato cainita que solo sabe dividir    para justificar su estolidez! El humanista George Steiner confesaba como algo estupendo sentirse amado en diferentes lenguas, pero los actuales ayatolás lingüísticos prefieren la guerra.

Por supuesto la bola de nieve ha crecido y hoy hasta los médicos tienen que pasar un examen de catalán para ejercer en Baleares. Explíquenlo a un francés o italiano y dirán: «Estos hispanos están majaretas».