Una persona contando dinero. | Imagen de Alexandra_Koch en Pixabay

En lo que llevamos de año, el ciudadano común, todos nosotros en realidad, ve con notable aprensión este fenómeno que ha reaparecido, que es la inflación. Hasta los años setenta del pasado siglo, la inflación se asociaba con situaciones de recalentamiento de la economía que había que atajar, pero que en realidad eran el reflejo de una economía que iba como un tiro, de una economía ‘sobrecalentada’, tal cómo entonces se decía. Pero después, tras las crisis del petróleo, la inflación apareció bajo una nueva perspectiva, menos halagüeña cómo todos los que vivimos en aquellos años tuvimos ocasión de comprobar. Surgió el fenómeno de la «estanflación», de una inflación que se asociaba a caídas en el crecimiento económico y en el nivel de vida. Y también la aparición de una incómoda disyuntiva para la política económica en el sentido de que, para acabar de ponerlo más difícil, se podía sojuzgar la inflación a cambio de admitir mayores tasas de paro

La inflación nos afecta en las Pitiusas al igual que en el conjunto de España y de Europa, porque estamos ante un fenómeno general del cual las islas no son ajenas. Basta ver el desglose de las cifras de IPC por Comunidades Autónomas para ver que no somos excepción, sino que el fenómeno es general. Todo ello está suponiendo un aumento de la cesta de la compra y también un aumento de costes para las empresas de manera generalizada. Además, se está dando la circunstancia, no precisamente positiva, de que la llamada ‘inflación subyacente’ está acortando la distancia con la inflación general. Este acercamiento entre ambas magnitudes, indica que el fenómeno está lejos de resolverse. Por ello, la inflación se ha convertido en la cara visible de un escenario económico altamente incierto.

Aquí se está dando una situación curiosa. Por un lado, el consumo de los hogares, esto es, el consumo de los residentes, se ve favorecido por la normalización de las relaciones laborales tras la finalización de las fases más duras de la pandemia. Desde esta óptica, la demanda interna se ha visto favorecida. Pero en cambio, hay un factor que juega muy a la contra y corrige lo anterior, que es precisamente el coste de la cesta de la compra, la propia inflación, a lo que se une la incertidumbre sobre el futuro que está creando la inestabilidad geopolítica mundial. Y aquí viene lo importante a destacar: que la senda del consumo privado en nuestro territorio tiene algo de espejismo, pues se ha apoyado considerablemente en el consumo, no tanto de los residentes, sino en el consumo de los no residentes, lo cual viene avalado también por el incremento del gasto turístico. Por tanto, sí que hay una cierta retracción del consumo, pues la inflación no es inocua, pero los no residentes contribuyen a presentar una fotografía diferente y mejor.

Por otra parte, la inflación no está provocando que la llegada de turistas se esté viendo afectada, más bien podemos constatar a diario todo lo contrario. Y no sólo hablamos de número de visitantes, sino del repunte observado en las pernoctaciones registradas en los establecimientos hoteleros, muy superior, por ejemplo, ese repunte, al de Menorca, que tampoco es pequeño. Con ello, Ibiza-Formentera a las puertas del segundo trimestre estaban a unos 12-15 puntos de recuperar los niveles prepandemia en cuanto a pernoctaciones.

En definitiva, nuestra dependencia del turismo, una vez más, nos permite ser excepción ante el fenómeno general de la inflación y su corolario actual, la estanflación. Naturalmente el contexto internacional se irá debilitando. Y esto nos afectará. Por ello, en este impulso post pandemia, hemos de aprovechar la dinámica actual para reforzarnos en términos financieros y de reputación ante un escenario a la vuelta del verano que se prevé, como mínimo, turbulento.