Yo no olvido nuestras manos pintadas de blanco y elevadas al cielo en aquella manifestación que no terminaba nunca. Yo no olvido los rostros serios de personas de todas las edades caminando juntas en un silencio atronador, llorando y sin entender nada. Yo no olvido los ojos de su hermana encharcados, la radio dando la noticia de su asesinato de un tiro a sangre fría y el dolor de un país roto y fraccionado. Han pasado 25 años y yo no olvido.

Hay quienes no conocen su historia y no es cuestión de juventud, sino de cultura. Se han asomado a sus tripas en periódicos, como este desde el que les escribo, prestando más o menos atención a la triste despedida de Miguel Ángel Blanco un 10 de julio de 1997. A algunos no les interesa que sepan qué pasó y cómo, los jóvenes cuanto menos sepan mejor, así será más fácil pastorearlos. No es un cuento, es parte de nuestra memoria y la única manera de que pesadillas como aquella no se repitan hoy es, sencillamente, recordando. También vivimos una guerra civil en la que hermanos se arrebataron la vida entre sí o se negaron la palabra en el mejor de los casos, y una dictadura con presos políticos encerrados y cadáveres vertidos en fosas comunes y tampoco podemos hacer como que no hubiese existido. Es nuestro legado más actual, el que expresa y explica cómo somos; los traumas, los miedos y el hambre que todavía llevamos impregnados en nuestro ADN y sin cuya secuencia es probable que volvamos a caer en los mismos errores. Solo tenemos que aguzar la nariz para sentir el aroma fétido de una tercera gran guerra mundial a la que asistimos como espectadores de otra serie distópica de Netflix. Una sola persona no puede parar tal desatino, pero si todos hacemos el esfuerzo de no volver a fraccionarnos para defender la libertad que tanto nos ha costado conseguir evitaremos mancharnos de nuevo las manos de sangre.     

La de Miguel Ángel Blanco no fue una muerte más; conmocionó a un país y marcó un antes y un después en la época más sanguinaria de la misma banda terrorista que hoy, vestida de colores y con otro nombre, se autoerige en el Parlamento como el adalid de un Euskadi independiente. Cuando los veo en la tribuna, solo pienso en las 669 vidas que sesgaron y en la mirada perdida de las otras víctimas colaterales: en sus hijos, padres, parejas o amigos. En todos los que tuvieron que huir de sus casas para evitar que una bomba lapa les destrozase los sesos o en quienes pasaron días, meses o años presos en zulos a la merced de esos sicarios. No, señores, yo no olvido. El espíritu de Ermua late en mis recuerdos como un mal sueño de verano y el acercamiento de aquellos asesinos que hoy viven a cuerpo de rey en la cárcel me escuece. Miguel Ángel Blanco murió porque los mandatarios de entonces no cedieron al chantaje impuesto para hacerlo, mientras que quienes hoy nos gobiernan han desdibujado su tragedia y han aceptado aquellas mismas exigencias por mucho menos; un puñado de votos y unos deliciosos sillones de cuero.

Nosotros, los que no olvidamos, nos movilizamos entonces como nunca y prometimos recordar siempre a Miguel Ángel para que ningún otro chaval de 29 años fuese aniquilado por el absurdo pecado de ser concejal de un partido político.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, y desandamos aquel horror maquillando los rostros y las almas de esos seres oscuros para los que somos los mismos tontos cuyas vidas ayer no valían nada y de quienes ahora se ríen desde un estrado. A mí no me engañan, han pasado 25 años, pero yo no olvido. ETA mató desde 1975 hasta 2011 a 183 civiles y a 486 miembros de fuerzas armadas y cuerpos policiales.

La banda terrorista ETA amenazó a periodistas, a políticos y a todos los librepensadores que les recordaron durante ese lapso la basura que eran y ninguno de ellos se merece que se nos olvide. ¡Que no! ¡que no se nos olvide! ¡que la paz no llega vestida de ramos de flores ni de palabras bonitas, sino de historia, de justicia y de buena memoria! ¡Contadles a vuestros hijos lo que nos ha costado construir esta España que es de todos, de la izquierda, del centro y de la derecha, y las vidas que se perdieron por el camino y no permitáis que les engañen con cuentos chinos! Yo, yo no olvido.