El franquismo prohibió las asociaciones, pero no pudo impedir que se crearan en la clandestinidad ni la lucha por derechos y libertades. La supuesta ‘democracia’ legalizó la libertad de asociación, pero al mismo tiempo empezó a destruir tejido asociativo. Lo primero fue proclamar que ya no era necesario porque se disponía del voto para delegar las soluciones en los elegidos, seguido de los intentos para convertir las asociaciones en instrumentos dóciles y legitimadores de sus políticas. Luego llegó la división por sectores de actividad, las exigencias burocráticas y tecnócratas, tremendamente desalentadoras para la iniciativa ciudadana, las dificultades para acceder a los recursos públicos y una administración cada día más alejada e inaccesible.
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