Parte de la avenida Isidor Macabich. | Irene Arango

Acaban, por fin, las obras de remodelación de Isidor Macabich. Les aseguro que me encantaría poder escribir que, a la vista del resultado, ha merecido la pena el esfuerzo. Pero, sinceramente, pienso que para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Estéticamente, la arteria comercial de Vila bien podría ser la de cualquier pequeña urbe del extrarradio de Barcelona o de Madrid. Es decir, sin personalidad y sin gusto.

Los gobiernos de izquierda de Vila han pasado por esta ciudad como si de Atila se tratara. Allí donde deciden intervenir, no vuelve a crecer la hierba. Y Macabich es un buen ejemplo de ello. Quizás el problema es que yo no concibo una «ciudad amable» sin la presencia de lo verde. Y en la remodelada avenida la naturaleza brilla por su ausencia. Lo mismo sucede en la avenida de España o en la de Vuit d’Agost. Es verdad que en Macabich se han plantado árboles pero a nadie se le escapa que, primero, tendrán que pasar años para notarlo y, segundo, no está muy claro que lo de aprisionarlos en los bancos sea una buena solución. Además, como me pregunta una amiga, «si los árboles están dentro de los bancos, ¿dónde van a hacer pipí los perros?».

Que la remodelación de Macabich era necesaria es una verdad que nadie puede negar. Que se podría haber hecho de otra manera, es también una evidencia. Por el camino, Ruiz y compañía se han cargado algún que otro negocio y han generado un estrés y pérdidas considerables a residentes y comerciantes. Como positivo, han dado gustito a los cuatro ciclistas que pululan por el municipio y, sobre todo, nos han permitido conocer la cara del autoritarismo y del «esto se hace así por mis cojones». No crean que es tan mal balance.