Una situación común de muchas familias es aguantar la petición permanente, por parte de hijos, del teléfono móvil. Algunas claudican rápidamente ante la insistente demanda y otras aguantan estoicamente hasta donde pueden. Con el final del curso o con los cambios de ciclo educativo algunos menores acceden a su smartphone. Antes de tomar la decisión de comprar un móvil deberíamos hacer algunas reflexiones.

A diferencia de los padres, los hijos son ‘nativos digitales’. Es decir, han nacido ya en un mundo plenamente tecnológico, desde muy pequeños han tenido contacto con el móvil de sus padres y saben manejarlo incluso mejor que ellos. Por lo tanto, no es algo nuevo, lo llevan usando desde que nacen. No piden tener un móvil, solicitan tener su propio móvil, sentimiento de propiedad y privacidad.
La estadística refleja que alrededor de los 11 años muchos niños ya tienen en posesión su primer teléfono inteligente. Sería un error pensar que el móvil es un simple aparato para llamar y mandar mensajes. Los smartphones son instrumentos de interacción social que establecen un modelo de comunicación permanente y sin límites. Esta socialización 2.0 puede estar desvirtuada, donde un ‘like’ tiene más valor que un abrazo o donde la amistad se desarrolla por medio de caracteres y emoticonos. En principio, podría resultar difícil manejar y gestionar un tema en el que, como padres, no se está formado y tampoco se tienen referencias anteriores. Incluso puede que los progenitores no tengan un «uso correcto» del móvil.

Uno de los cambios más significativos que se ha producido en la era Smartphone es el acceso inmediato a la información. En una veintena de años se ha evolucionado de la carencia al exceso, pasando a tener mucha información y una gran dificultad para gestionarla. En ocasiones, para los jóvenes es su yacimiento de aprendizajes sobre temas como la sexualidad, las drogas, la alimentación, etc. con todo el riesgo que esto conlleva. En otro rango, aparece la gestión de la información personal y su privacidad. ¿Es necesario que todo el mundo sepa lo que te gusta, lo que haces, donde lo haces y con quien lo haces? y ¿a qué edad se adquiere la capacidad del control de la información personal?
Reflexionar sobre cómo suelen gestionar sus propiedades. Identificar si se tienen claros y consensuados los acuerdos y tiempos de uso. Definir qué tipo de aplicaciones se pueden usar y cuáles no. Evaluar si somos un buen referente al que imitar. Y sobre todo, verificar si nuestro hijo tiene capacidad para autogestionar el acceso a la información que ofrece un teléfono inteligente. Por lo tanto, no sería una cuestión de edad, sino de madurez.
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