A pesar de que algunos consideren que la temporada está siendo rara, la realidad es que Ibiza sigue saturándose y batiendo récords para julio y agosto, esa canícula infernal para los residentes e incautos que buscan calma. El verano vuelve a imponerse sofocando esquilmando la paciencia de los ibicencos. Esta es la época en la que los periódicos se llenan de sucesos (siempre desagradables) y en la que siempre hay que lamentar la muerte de algún inocente, víctima de la negligencia propia o la irresponsabilidad ajena.

Las Pitiusas son el mayor atractivo para el dominguero que se apunta a venir un fin de semana y, por pagar cifras astronómicas (estafas), cree ingenuamente que ocupa una posición superior al resto de mortales, cual entidad supra empírica tras la cual se esconde en realidad una mente mezquina y soberbia, embotada por el ego y los efectos de alguna sustancia tóxica. Este perfil de visitante es desgraciadamente común en estas fechas. Su idiotez raya lo ridículo, pero ello no es óbice para que sigan llenando miles de aviones mientras haya piratas e intrusos dispuestos a alojarlos, transportarlos o drogarlos. Las reglas las deben respetar los pobres locales que sufren una burocracia excesiva y una estrangulante presión fiscal, mientras el iluminado de turno se lo lleva calentito y en ‘B’, evadiendo al fisco y sorteando el menor de los trámites. Para la calaña de los domingueros, piratas y ‘ecolojetas’ somos un parque de atracciones en el que no hay peaje de entrada y en el que reina un ambiente anárquico muy lucrativo. Cuanto más alto nos lleve la ambición, más dolorosa será la caída a la ansiada normalidad. Por el camino caerán los que ahora fingen un presunto amor por la isla, en realidad ligado en exclusiva al poderoso cabellero Don Dinero.